„El faro siempre mira al mar. ¿Adónde mira el farero?

„De día contempla la orilla del mar. De noche tiene una obsesión: que el faro ilumine. No hay nada más triste para alguien con vocación de farero que ver un faro apagado.

„¿Y qué pasa cuando uno no tiene luz?

„Pues nosotros lo reparamos, porque también somos técnicos en electrónica. Cuando los fareros vivían junto a los faros, en 10 o 15 minutos solía estar todo arreglado. Un faro apagado es muy feo.

„Un faro parece un lugar con un toque bohemio.

„A mis amigos más de una vez les he dicho que contemplar los reflejos de la luz en el agua del mar en una noche de calma es poesía.

„¿Tenía que pasarse todas las noches despierto?

„En algunos faros de la península éramos dos vigilándolo y hacíamos guardia media noche cada uno. Luego llegaron los sistemas de alarma a finales de los 60 y podíamos dormir algo más. Las alarmas te avisaban de que la rotación no iba bien. Si la luz se apagaba, no había nada que te avisara.

„¿Cómo consigue uno superar el tedio de estar tantas horas en un faro?

„Eso no es problema, porque siempre encuentras algo con que distraerte. Uno de mis primeros destinos fue Cartagena. Le llamábamos el faro de los novatos, porque estaba muy aislado y nadie quería estar allí más de un año.

„¿Cada vez que iba a otro lugar se llevaba a la familia con usted?

„Estuvimos algo más de un año separados, porque mi mujer trabajaba en una tienda de s´Arenal. Con el tiempo conseguí que me destinaran a Portopí.

„¿Vivir en un faro es agradable?

„Las viviendas que estaban junto a los faros eran grandes. La de Portopí tenía tres habitaciones, un comedor con chimenea, dos baños, una cocina... era más que suficiente. Una vez estuve tres días sin poder mover el coche por culpa de un temporal. El agua más de una vez llegaba hasta arriba del faro. Luego construyeron los apartamentos de farero suplente, que esos sí que eran más pequeños.

„¿Nunca sintió soledad?

„Sinceramente, no. Ya conocía la vida en los faros desde pequeño. Con ocho años pisé por primera vez el del Cap Blanc.

„Allí tuvo de maestro al profesor Garau.

„Así es, a Federico Garau. En la vida me siento privilegiado por muchas cosas. Mis padres trabajaban de payeses en la finca de Son Avall. Los dueños de la finca les prometieron que ninguno de sus hijos trabajaría en el campo. Ellos me permitieron estudiar bachillerato en Llucmajor con gente que tenía mucho más poder adquisitivo. Y de mis compañeros, el único que acabó el curso fui yo. Antes de eso, mi abuelo conoció al compañero en el faro del profesor Garau. Aun viviendo en el faro, él se comprometió a darnos clases cada tarde y dijo que no quería cobrar nada por ello.

„¿Por qué no fueron al colegio normal?

„Por aquel entonces no había transporte escolar y era difícil venir cada día hasta el pueblo. Mi padre consiguió un coche de alquiler con chófer y se llevó hasta el faro al alcalde de Llucmajor, Joan Mora, y el director de la escuela. Ambos hablaron con Federico Garau y firmaron como un convenio para que esos estudios fueran oficiales.

„¿Y con ocho años ya le enseñaban cosas de los faros?

„No, los faros no los tocamos. Solo cultura.

„¿Y cuándo decidió que quería ser farero?

„Con diez años me planteé trabajar en ellos y con once comencé el bachillerato.

„¿Cómo se conseguía entonces ese trabajo?

„Había que pasar una oposiciones muy complicadas con cuatro exámenes. La suerte que tuve fue que no me hizo falta ir a la academia de fareros de Madrid, porque el hombre que relevó al profesor Garau en el Cap Blanc, Mateu Mulet, era un llucmajorer que sabía tanto como un ingeniero de telecomunicaciones.

„¿Y fue fácil obtener la plaza?

„Tardé un tiempo, porque elevaron la edad de acceso de 19 a 21 años. Por eso no pude examinarme en las primeras oposiciones para las que estudié y luego tardaron mucho tiempo en convocar otras. Mientras tanto trabajaba en la tienda de s´Arenal.

„El trabajo de farero imagino que es desagradecido, porque usted ayuda a salvar vidas, pero nadie va a agradecérselo.

„Y nadie tenía tu trabajo en cuenta. Muchas veces les pedía ayuda a los pescadores des Portitxol para que me dijeran si algunas de las luces funcionaban correctamente y no colaboraban. En cambio, en Galicia los pescadores eran más amables.

„¿Y ha vivido alguna desgracia cerca?

„Por suerte no. Nunca he vivido un naufragio cerca de mis faros.

„Con tantos años en un faro, seguro que habrá vivido alguna anécdota graciosa.

„Antes al dique del Oeste iban muchas parejitas a hacer el amor o yo qué sé. Una vez unos se olvidaron de poner el freno de mano y el coche se fue al agua. Menos mal que la Guardia Civil y la Policía Portuaria estaban cerca y les sacaron del agua. Ya en tierra, ella no decía nada, pero el hombre estaba en estado de shock. La policía decía que iba a llamar a un médico, porque parecía que al hombre le iba a dar un ataque. Y luego él les dijo que no llamaran a nadie, que le volvieran a tirar al agua, porque estaba con la hermana de su mujer.

„[Risas] ¿Y eso era habitual en el dique?

„En otra ocasión yo estaba hablando con un pescador y un hombre se acercó corriendo. Decía que le habían robado el coche mientras pescaba. Aquel día hacía mucho viento. Claro, no se oía nada con claridad. Mi amigo pescador, que estaba muy concentrado en lo suyo, me miró y me dijo: "No estoy muy seguro, pero hace un rato he visto unas burbujitas". [Ríe] Le dijo que se fuera a buscar un buzo, porque creía que su coche estaba bajo el agua.

„¿Qué siente usted cuando vuelve a Portopí?

„Nada.

„¿Ni tan siquiera nostalgia? ¿No lo echa de menos?

„Muchos de mis compañeros lloraban cuando se jubilaban, pero yo lo asumí como algo normal. La casa de Portopí se cerró cuando yo me prejubilé.