Algunos ayuntamientos son tan sosos y rutinarios que, año a año, repiten la nada simpática pero sí costosa inocentada de apadrinar y subvencionar el incivismo. El 28 de diciembre es el día en que determinadas corporaciones locales abren caja para financiar el mal uso y las secuelas de supuesto divertimento con lesiones sobre la vía y el mobiliario público.

No, no estamos en contra de la juerga, es más, la consideramos vital para una sociedad irritada y acelerada, pero somos devotos de la diversión original, inocua, creativa y sin consecuencias más allá de la resaca del estrago momentáneo. En Maria de la Salut los jóvenes han sembrado la plaza de coches viejos para protestar por el exceso de construcción. Podríamos discutir el método, pero no el objetivo. Lo ocurrido en Petra y Montuïri, a cuenta de los quintos de turno, ya nos parece más grave, sobre todo al contrastarlo con la respectiva reacción municipal.

En Montuïri el spray sin control de los quintos embadurnó esculturas, carteles y rótulos de tráfico con el consiguiente riesgo que ello comporta y en Petra, aparte de las pintadas de siempre y la suciedad esparcida que, a decir verdad, tampoco se nota tanto dado el mal cuidado municipal de la vía pública, volvió a desaparecer la cruz del monumento a Juníper Serra y la plaza quedó hecha un pastiche con harina sobre humedad. En ambos casos las brigadas municipales tuvieron que emplearse a fondo, pero los ayuntamientos, el cuerpo político para entendernos, aguantan y pagan porque temen los costes pensando quizás ya en las lejanas elecciones.

Las incidencias de Montuïri y Petra tienen sus antecedentes en la tolerancia de años anteriores. Llevan la firma de los quintos, esos que ya no hacen la mili ni asumen su gamberrismo porque el alcalde les costea sus gracias discutibles.