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Indicadores de calles

Rótulo de mármol veteado con el nombre de la calle Pere Llorbera en negro.

Sin el street view en el móvil y bastante carga en la batería del teléfono, es difícil hoy en día llegar a cualquier destino en Palma. Y aun así, a veces, aunque el aparato digital nos indique «usted está aquí», necesitaríamos cerciorarnos con algo tan sencillo como un letrerito en el que se nos diga el nombre de la calle. En cada esquina, como antes.

Antes, sí. Vaya nostálgica, dirán. Pues quizás y a mucha honra. Antes, decía, cuando nos dirigíamos a una nueva dirección, recurríamos al callejero y al plano. Trazábamos la ruta para llegar al nuevo dentista o a aquella tienda en la que comprábamos la comida para nuestro hámster, o hacia la casa de alguna compañera de estudios con la que habíamos quedado. Y entonces contábamos con una ayuda inestimable, ya que, efectivamente, en cada esquina había un rótulo de mármol con el nombre de la calle en la que estábamos.

Eso era antes. Hace años que esos indicadores van desapareciendo, víctimas de no se sabe qué enfermedad. La transformación, el crecimiento y la construcción de esos espacios tan golosos, las esquinas, son causas, sin duda, de ese mal. Pero el agente pernicioso por excelencia es la falta de control y el desinterés por ejercerlo desde la Administración competente. Cualquier empresa constructora que ha impulsado una nueva promoción inmobiliaria en la esquina de la calle tal con cual y cobra una cantidad considerable por cada piso, no debería tener ningún problema en volver a colgar las dos placas de mármol rotuladas que casi con gran probabilidad se encontró al empezar la demolición de lo que había anteriormente en ese solar. Y si no estaba o las destruyeron con la vorágine de la maquinaria, se pueden encargar nuevas, ya que seguro que ese gasto no encarecería más que en unos pocos euros el producto final.

Por hacer una prueba aleatoria me planté en la convergencia de la calle Balmes con Nunó Sanç y miré cuántos rótulos estaban en su sitio. Convendrán conmigo en que debería haber ocho en total. Cuatro correspondientes a Nunó Sanç y cuatro correspondientes a Balmes. Pues bien, solo hay dos, y curiosamente los dos ubicados en una misma finca de las cuatro que delimitan el cruce. Mi prueba casual se saldó con un déficit de un 75% de los rótulos indicadores de calle en ese lugar.

No me atrevo a decir que ese es el porcentaje del déficit en toda la ciudad porque no tengo ni idea, pero que faltan muchos, sin duda. Y que es un problema y una molestia, también. Lo mejor es que tiene solución. Hay que ponerlos.

Hago una propuesta para no ir acumulando mermas. Que las nuevas promociones inmobiliarias o las reformas o rehabilitaciones recuperen, por prescripción de las propias licencias, esos indicadores y en el tipo requerido por lo que la tradición marca en la ciudad. Es decir, en placa de mármol blanco veteado de unas determinadas dimensiones y con letra grabada y negra.

Porque esa es otra. Es importante conservar aquellos detalles de la ciudad que la hace distinta a las otras, o como mínimo a muchas otras, y que ya es un elemento de la historia reciente. Los rótulos de las calles, los bordillos de piedra, el embaldosado si hubiéramos sido capaces de tener alguno que valiera la pena, las farolas… Esos detalles aportan personalidad y son útiles. Las acciones desde el ayuntamiento de Palma, que ha desnudado de cristal y hierro nuestras farolas, cambiado kilómetros de bordillo de piedra por prefabricado de hormigón e introducido un nuevo tipo de rótulo de calle sin respetar la solera del que había antes, no aportan en positivo, al contrario, restan. De las baldosas volveremos a hablar otro día.

Mientras batallamos para recuperar lo perdido, añadamos a la lista las placas con los nombres de las calles, porque es una manera muy útil de saber dónde estamos.

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