Desde un pequeño restaurante de comida mexicana, el Itacate en Pere Garau, Mauricio Mengold, cuenta la historia de unas llaves viejas que van de mano en mano entre tacos y cervezas. Las siete llaves o llavines de hierro pertenecen a la Catedral de Mallorca. Desde hace cuatro meses se las pueda tocar en este local de comida mexicana para llevar, el Itacate. Saber cómo han llegado hasta ahí, daría para una novela de Dan Brown, afecto a las tramas con iglesia de por medio.

"Mi amigo Wilbert Segura de Mérida (México) vino a Mallorca de viaje de novios en 1976. Aficionado a coger cosas sin importancia (después se verá que otras sí tienen un valor patrimonial incuestionable como unos lienzos mayas que acabó devolviendo pero colocadas en la universidad de Yucatán "para que así las vean mejor los turistas", justificó), en su visita a la Catedral vio las llaves en las puertas y las cogió. Las tenía en su casa, en el interior de una vasija. Un día Palillo, que así le llamábamos, me contó que se encontraba mal de salud y me pidió que devolviese las llaves. 'Me puede esta carga', me dijo", narra Mauricio.

Wilbert con las llaves de la Seu.

Prosigue el relato: "Dos fotógrafos y yo las trajimos. Fui a ver al jefe de seguridad de la Catedral y le dije que tenía estas llaves y que las devolvía pero que me diera un papel dando conformidad de que Wilbert Segura devolvió las llaves. 'No puedo, no tengo reporte de voto', me contestó. Me pasó al Cabildo pero desde ahí me dijeron que había que probarlo. Eso fue hace siete años. Me volví a México con las llaves. Palillo me pidió que lo volviera a intentar, aprovechando que nos habíamos mudado a Mallorca porque a mi mujer le ofrecieron un trabajo en la isla. Pero mientras tanto, Palillo murió y lo dejé estar", cuenta.

Ahora las siete llaves están en el pequeño negocio, un restaurante de comida mexicana, cuya historia de las siete llaves encandila a los clientes. "Es una historia mágica", han escrito algunos en redes sociales.

"No es un talismán. No creo en ellos", asegura Mauricio que atiende con delicadeza a los clientes del barrio y a otros que se acercan alentados por las buenas críticas a su cocina y, otros, por conocer de primera mano la historia de los llavines de la Seu.

Las siete llaves catedralicias son un reclamo. B. RAMON

Un señor del Opus

"Hace poco vino un señor que dijo que era del Opus, a ofrecerse para devolverlas. No creo que a Wilbert le hubiera gustado y no se las entregué", dice Mauricio.

Él fue fotógrafo especializado en arqueología. Trabajó para el National Geographic en un reportaje sobre el patrimonio de Perú. Es de México D.F. "En mi país es habitual encontrar restos históricos", subraya.

Cuenta que Palillo, que trabajó en Alaska, Los Ángeles, entre otros lugares, fue profesor de la Escuela de Hostelería. Él cree que "esté donde esté, espero que se sienta tranquilo, porque las llaves están en Mallorca".

Entre los nachos, los tacos de pibil, los tequilas, Mauricio relata pormenores de su amigo, un personaje por encima del bien y del mal que en su luna de miel en Mallorca se prendó de algunas llaves de la Catedral. ¿Qué arcones, qué armarios abrirán estas viejas y herrumbrosas llaves? Quizá la literatura tenga la respuesta. Malcolm Lowry podría dibujar con letra al protagonista.