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Palma a Palma

La mesa de los viejos

La mesa de los viejos

Cuando tenía 18 años, procuraba parar lo mínimo por casa de mis padres. Como no tenía ni un cuarto propio, me pasaba los días en un café. Era amplio, con terraza. Conocía a todos los camareros y estaba como en mi casa. Allí quedaba muchos días con mis amigos, para leer cosas, fumar, beber café y despotricar del mundo. Sobre todo de los viejos.

Por las mañanas, el bar estaba lleno de jubilados. Muchos de ellos leían el periódico, como don Cosme. Siempre criticaba la actualidad. Defendiendo que en sus tiempos todo era mejor. Otros parroquianos compartían con él la tertulia. Como un hombre que debió de ser atractivo, y que contaba sus historias y romances en París. "Yo bailaba mucho", decía guiñando el ojo con picardía.

En aquel ambiente, yo con mi barba y mis melenas causaba escándalo. Los viejos me miraban nada más entrar. "Este pollo va como Bécquer", murmuraban. Y con mis amigos procurábamos escandalizarlos hablando en voz alta contra su mundo. Nos parecían un símbolo de todo lo inútil y caduco. Ellos callaban y nos escuchaban de refilón.

A veces vuelvo a aquel bar. Ha cambiado mucho. Los jubilados murieron hace años, lo mismo que los camareros a los que tanto apreciaba. Hoy es un lugar de desconocidos. Y me doy cuenta de que aquellos viejos debían tener la edad que ahora yo tengo, o quizás menos. Me siento en la misma mesa que ellos y me sumo en profundas meditaciones.

Hay un momento en que el mundo deja de ser tuyo. Las cosas cambian muy rápido. Y cuando ves que todo lo que era tu realidad se esfuma, aparece la tentación de la nostalgia. De que "todo tiempo pasado fue mejor".

Pero no hay que engañarse. Aquella vejez segregaba a las personas mucho antes. Las condenaba al recuerdo permanente, detrás del cristal del café. Las hacía inservibles, mudas, extemporáneas. Hoy, incluso la mesa de los viejos tiene gente que todavía se siente joven. Que hace cosas. Que salva a sus hijos y sus nietos de un mundo probablemente más desalmado y cruel.

Pero no necesariamente peor que aquel de antaño.

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