Con tantos conventos en España en riesgo de desaparecer y con la escasísima ayuda institucional al alcance, cumplir 25 años salvaguardando el patrimonio de uno de ellos es una hazaña. Es el caso de la historiadora del arte Aina Pascual y el historiador Jaume Llabrés. Juntos cumplirán este año un cuarto de siglo como comisarios e investigadores de los bienes del Convent de les Caputxines, el único monasterio de religiosas de Mallorca que abre al público. "No tiene precio que te den la confianza para entrar e inventariar sus bienes", explica Llabrés, quien asegura que, además del patrimonio mueble e inmueble del convento, es incalculable el valor del relato oral que pudieron hacer las últimas cuatro monjas caputxines. "Sabemos para qué y cómo se utilizaban determinados objetos porque ellas nos lo pudieron contar de primera mano", subraya Aina Pascual.

En otros conventos, no sucede lo mismo. No hay relevo generacional y muchas piezas están sin catalogar, en peligro, lo que en muchas ocasiones imposibilita conocer su uso. Sin las monjas, muere un patrimonio.

Pascual y Llabrés se acercaron a las caputxines a consecuencia del libro de conventos y monasterios de Mallorca que publicaron en 1992 con Olañeta. "Vimos que hacía 20 años que no montaban el belén y conseguimos que lo reactivaran. En 1995 ya empezamos a trabajar para conseguirlo y la Navidad de 1996 se reabrió. Fue un éxito. Aún nos acordamos de las colas", relatan los comisarios, que explican que aquella operación fue posible gracias a Feliciano Fuster, quien fuera presidente de Gesa-Endesa.

Monasterio habitado

"Para nosotros es de vital importancia que el convento esté habitado y ellas continúen con su vida aquí y tomando las decisiones", comentan. Es uno de los pilares básicos en el proceso de salvaguarda del patrimonio de los conventos: o se favorece la continuidad de la comunidad de religiosas o, cuando esto no es posible, se propicia la llegada de nuevas órdenes que puedan contribuir a mantener el patrimonio. Este último caso, es el de la caputxines. "Ha habido un relevo. Vinieron aquí las franciscanas TOR (actualmente residen nueve) para cuidar a las caputxines que quedaban, muy mayores", cuentan. "Hay que agradecérselo al obispo Murgui. Si no se hubiera dado este relevo, el convento hubiera acabado en situaciones que todos ya conocemos", desliza Pascual.

Este hecho, sumado a que una parte del convento se puede mostrar al público, ha mantenido el monumento con vida. "Hemos evitado el cierre. Cuando se cierra un convento, se abre la caja de Pandora: puede pasar de todo", advierte Pascual. "Abrir una parte de estos bienes al público no perjudica a las monjas. Sabemos que ciertas noticias y acontecimientos han provocado miedo en las congregaciones. Pero esto les da una posibilidad de conservar el monasterio y continuar con el vínculo que tenían con el exterior, porque las monjas sí lo tenían. Todo esto bien conjugado, puede funcionar. Porque hay que ser muy sincero: mantener estos edificios y todo el patrimonio que contienen es muy caro", comentan.

El convento, fundado en el siglo XVII, tiene capacidad para unas 25 monjas. "Cada una de ellas tenía asignadas unas funciones muy concretas", explican. El trabajo en un convento era abundante y arduo: cultivar el huerto, cocinar, hacer la colada, fabricar jabón, coser, bordar, etc. "Durante la guerra del francés, llegaron a convivir 35 porque se acogieron monjas de la península", relatan los comisarios, autores de 15 catálogos y unos diez inventarios del patrimonio de las caputxines, que podría alcanzar las 2.000 piezas. "Lo que hay aquí es único, es el testimonio de lo que era la vida conventual en el siglo XVII", relatan. "La vida auténtica de Mallorca la hemos perdido: la tenemos aquí dentro. Es labor de la Administración conservarla y darla a conocer al pueblo de Mallorca", consideran (accede aquí a las imágenes del reportaje).

Pascual y Llabrés, de los pocos historiadores que han podido entrar en todos los conventos de la isla, están algo cansados de lidiar con las administraciones cada legislatura. "Cada político tiene un punto de vista diferente, es complicado sentar unas bases de trabajo estables", opinan. Por eso, consideran que sería necesario elaborar un Pla de Convents donde recoger las medidas y el presupuesto necesarios para salvar estos espacios tan ricos a nivel patrimonial y evitar nuevos cierres: el último, Sant Jeroni en Palma. Unos inmuebles que debido a la presión turística y otros factores están muriendo o son vistos por algunos como una nueva oportunidad de espacio urbano donde hacer negocio. Y no sólo eso. Según los investigadores, cabría hacerse la siguiente pregunta: "¿Quiere salvar la sociedad mallorquina los conventos?"

Oportunidad perdida

Los comisarios relatan con pesar y enfado lo que para ellos fue una oportunidad perdida. "Hubo un momento en que pensamos que estas visitas y este trabajo de catalogación y documentación podía hacerse en otros conventos. Estábamos trabajando en una ruta conventual. Santa Clara y Sant Jeroni ya se lo estaban pensando. Teníamos al padre Llompart que nos avalaba. Pero cuando Matas se cargó la ecotasa, cayó el proyecto. Pensamos que si Sant Jeroni se hubiera incorporado a las visitas, quizá no habría cerrado", insinúan.

En estos momentos, Tres Serveis Culturals se dedica a hacer recorridos en el Convent de les Caputxines en el marco del programa Passejades Gastronòmiques. Para inscribirse hay que llamar al 971 718 786 o escribir a trescultura@gmail.com.

A día de hoy, quedan en la isla seis conventos de clausura (había más de 20 sólo en Palma en el siglo XVII): Santa Clara, las Tereses, Santa Magdalena, Sant Jeroni de Inca, las Salesas y Caputxines, el único abierto al público en Balears gracias al trabajo de Pascual y Llabrés y "mucha otra gente que ha colaborado".

Como ejemplo de gestión, ponen el monasterio de Pedralbes de Barcelona: siguen viviendo monjas y una parte es museo, administrado por una fundación integrada por las religiosas y las instituciones.