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Narciso telefónico

Narciso telefónico

Desde la antigüedad, los espejos son objetos de prestigio. Cabe imaginar el asombro de las primeras culturas ante la posibilidad de reproducir tu propia imagen. Verte reflejado en una superficie ajena. Que se mueve al mismo tiempo que tú. Que te ofrece una constatación casi mágica de tu existencia.

Así se explica el comercio de lujosos espejos etruscos. O las piezas fabricadas por los romanos. Nosotros ya nos hemos acostumbrado a ellos. Hemos perdido el asombro primitivo. Hay espejos por todos lados. En las tiendas, las calles, los lavabos públicos. Espejos de cuerpo entero, de tocador, de aparador...

Pero ahora mismo acaba de surgir una nueva categoría especular inesperada. Nadie podía suponer que un día: ¡la gente se miraría al espejo del teléfono!

Dentro de la acumulación de funciones que ofrecen los celulares se ha añadido esta nueva. Servir de pequeño espejo para que los jóvenes se puedan acicalar y comprobar su aspecto en cualquier sitio y momento.

Es una imagen como mínimo curiosa. Siempre te imaginabas la figura de Narciso como un bello mozalbete mirándose al espejo en la orilla de un lago, entre cañas y ramas de sauce llorón. Pero, no. Ahora el Narciso es telefónico. Te lo encuentras en cualquier parte. En el bus, en el metro, en la terraza de un bar, caminando por la calle...

El nuevo Narciso se adapta muy bien al carácter esencialmente autocontemplativo y complaciente de nuestra cultura. Todo son imágenes, reflejos, pantallas. Gracias al móvil, la gente se reconoce en las redes sociales, los chats, los mails... Y ahora también en el espejo.

Hay que decir que estos espejos electrónicos son más bien imperfectos. Alteran las luces, te crean una piel macilenta, y muchas veces por efecto de la lente fotográfica incluso distorsionan la imagen. Te hacen la cabeza pepinera y las manos muy grandes.

Pero, es igual. Son un instrumento portátil de narcisismo elemental. Un nuevo paso de la civilización especular.

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