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Vicente se aplica en la cabeza de Feliciano ante los clientes Tomeu, José y Sebastià.L.D.

Palma a la vista

Escenas de barbería

La vida se podría contar a partir de una peluquería de caballeros como la de la calle Antoni Frontera, que nació en 1945 integrada en el bar Olímpico como barbería y en convivencia con una panadería. Todo lo centraba el edificio que construyó la familia Miquel y que han ido alquilando. Uno de sus inquilinos, Francisco Rodríguez, que emigró de Puente Génave, Jaén, y tras su aprendizaje como barbero en Santa Catalina, entró como oficial en el Olímpico.

Fue el dueño del inmueble el que cerró el bar y compró el traspaso. Se tapió y la barbería acabó siendo un negocio independiente. En aquella cafetería se cobijaron los del club Lambretta. Lo cuenta Vicente Rodríguez, que es quien regenta el negocio desde 1994. Pero antes pasaron muchas cosas.

Hay objetos que aún se conservan de los años en que el negocio se llamó Alta Peluquería Mateo, trabajada por el propio Mateo, su primo Juan y Rodríguez.

"Mi padre se incorporó al equipo en 1966. Siempre le vi aquí, y fue él quien me enseñó casi todo lo que sé de peluquería", cuenta este aficionado a la Guerra de las Galaxias. "¡Soy un friki!", sonríe. Entre sus manos, la cabeza de Feliciano Montero, "Feli para los amigos", apunta el cliente. Entre corte y afeite, Vicente prosigue: "Mateo lo dejó en 1971 y lo traspasó a su primo y a mi padre. Llamaron Jupa a la peluquería. Juan murió muy joven, de un infarto, y acabó quedándose mi padre. Dejó el rótulo de Jupa hasta 1982, cuando ya puso el que ves ahora". Letras verdes sobre fondo blanco.

Por ella asoma, un cliente "de toda la vida", José Verger, que sin querer pastelear declara que "el hijo es mejor peluquero que el padre". Él nació en una fábrica cercana. "Aquí no ha cambiado nada; ¡tendría que mejorarla!", lanza el aguijón irónico. En la peluquería empieza la risa. "¡Estos sillones los empleaba Franco antes de ser calvo".

Llega un nuevo cliente, Tomeu Seguí. Él no es del barrio pero se ha hecho a este negocio. "¡No lo hace mal, y me gusta venir aquí", señala. "A las peluquerías vamos a hacer tertulia, hablar de fútbol, ¡del Mallorca, que siempre pierde!, de mujeres y contamos muchos chistes", relata José.

Una radio de los setenta, una máquina registradora, una jarra para el agua caliente, algunas fotos, botellas de colonia son parte del decorado de esta peluquería que encierra historias pequeñas. Entra Sebastià Suau, con el cayado que se ha hecho. Le acompaña Marisa Martorell. "Le cuido", dice. Tiene 95 años. Está estupendo. Tiene humor. Nació en Nantes pero sus orígenes son de Sóller. Su familia se hizo del barrio al dejar Francia. "Hoy no me voy a cortar; tengo bien el cabello, ¿no?", dice coqueto. Entre todos hilvanan recuerdos y detallan los cambios. "Somos los más antiguos, nosotros, el Venecia, los talleres Gil y el Vista Alegre", enumeran.

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