­"Ven, gatita, ven. Psss, psss, psss, psss. Ven, gatita". Isabel se levanta como cada mañana a primera hora para dar de comer a los gatos de la calle. Un hombre pasa y le pregunta en tono jocoso: "¿Qué haces? ¿Un zoo vas a poner con los bichos estos?". "Pues así cada día", se queja Isabel Sánchez, "y algunos vecinos utilizan palabras groseras y me insultan, o incluso me llaman La Gatera de forma despectiva ". Isabel tiene varias mascotas en casa. No es una loca de los gatos, aunque se define como una gran amante de los animales.

Su tarea como cuidadora de los felinos callejeros está reconocida por las autoridades. Ella es una de las tres alimentadoras oficiales de la colonia urbana de gatos de Son Roca, y se encarga a diario de que los animales coman, beban y estén sanos. "Desde el 2010 tengo permiso para cuidar de la colonia urbana y, si no hay quejas ni denuncias, me lo renuevan cada dos años", explica.

La tarea de Son Reus es comprobar que la colonia urbana de gatos está en buenas condiciones. Pero el centro animal del ayuntamiento condiciona la existencia de las colonias legales a que no haya problemas con los vecinos. "En mi bloque todos los saben, y solo hay dos personas conflictivas a las que no les gustan los gatos y no quieren que se les alimente", cuenta Isabel.

Su labor altruista le cuesta unos 200 euros al mes, entre el pienso, las vacunas y los tratamientos médicos. Ella opina que ser alimentadora de una colonia de gatos es, "aunque criticado, un trabajo duro" y pide al ayuntamiento que, a través del centro animal de Son Reus, colabore con la alimentación y las facturas veterinarias de los felinos.

Lo mismo opina la cuidadora de los gatos salvajes de Verge de Lluc, Conchi Moyá. "Yo dinero no quiero, pero que al menos me den algo de comida para los animales o que les operen si se ponen malos. Yo no hago negocio con esto", protesta Conchi.

"Son Reus no me ayuda en nada"

Hace meses, las cuidadoras consiguieron el compromiso de que el consistorio palmesano les facilitaría un carné para acreditar que estaban autorizadas a alimentar a los gatos callejeros. De esa manera, si un inspector de medio ambiente las sorprendía dándoles comida, no les multaría como sucede con el resto de ciudadanos. "Pues yo aún lo estoy esperando", afirma Isabel. "Este Pedro Morell [el director del centro de Son Reus] no ayuda mucho, te lo digo yo. A mí nunca me ha ayudado en nada", asevera Conchi.

La colonia de Verge de Lluc vive en una casa abandonada a cien metros del barrio. Conchi vive junto a las vías del tren de Inca y se acerca por allí a diario a darles pienso "o la comida que me pueda regalar alguna vecina para los animales", como unos restos de pollo hervido deshuesado o un poco de atún.

"Yo trabajo en la Llar dels Ancians del Consell y antes me dejaban llevarme la comida que sobraba para los animales, pero los que mandan ahora prefieren que se tire a la basura en vez de que me la quede. Yo no entiendo qué daño hago cuidando a estos pobres gatos", se lamenta Conchi.

Pero el sustento felino no es su único problema. Aunque las autoridades municipales se comprometen a castrar gratuitamente a los ejemplares de las colonias urbanas legalizadas y a financiar los tratamientos veterinarios, las dos mujeres aseguran que les han puesto muchas pegas. "A mí Pedro Morell me dijo a la cara que solo me iba a castrar diez gatos, y por aquí suelen venir unos quince. ¿Qué tengo que hacer con el resto? ¿Hago como si no existieran?", se pregunta Conchi.

Por su parte, ni el Ayuntamiento de Palma ni Son Reus han respondido a las numerosas preguntas que DIARIO de MALLORCA les ha formulado sobre esta cuestión durante el último mes y medio.