Se ha escrito en más de una ocasión que Mallorca es la "isla de la calma". Ahora bien, esta afirmación no es del todo cierta. Es más, hubo un tiempo, especialmente durante el siglo XVII, en que Mallorca vivió bajo una espiral de violencia y terror. Uno de los episodios más conocidos de ese período fue el atentado de 1619 que costó la vida al oïdor (juez) de la Real Audiencia, Jaume de Berga.

El asesinato de Berga debe situarse en los primeros años del conflicto entre las banderías de Canamunt y Canavall. En todas las épocas la sociedad mallorquina estuvo marcada y enfrentada por diferentes bandos o banderías. Éstas afectaban a todos los estamentos sociales, las cuales estaban capitaneadas por la nobleza. De esta forma, la aristocracia se había ido organizando en clanes, aunque en Mallorca no se hablase de clanes sino de Casas. Pertenecían a la Casa no sólo los miembros de la misma sangre, sino también los criados y los esclavos. Además, la Casa extendía sus lazos a otros miembros que estaban a su servicio, como podían ser los payeses y otros empleados de las possessions que eran de su propiedad. Cada Casa tenía sus propios hombres de armas o "colles de bandolers", que vendrían a ser como su hueste particular.

Según el historiador Jaume Serra, las banderías de Canamunts y Canavalls eran herederas de los atávicos enfrentamientos entre las Casas de los Puigdorfilas y Torrellas, durante el siglo XVI. El asesinato de Berga se produjo durante los primeros años del conflicto, en plena vorágine de asesinatos indiscriminados entre los dos bandos. En este sentido vale la pena reproducir la carta que envió desde Mallorca el inquisidor Godoy a Felipe III: "Son más de cuatrocientas muertes las que se han cometido después que estoy aquí [1616-1619] con arcabuces y pistolas, alevosamente, y son ciertas las venganzas aunque sean de causas leves, que no hay quien tenga segura la vida [€] No hay reservación de unos estados y sexos, que no esté tocado de este mal espíritu [€] La potencia [de las banderías] es toda esta Ciudad y Reino [€] Mientras S.M. no enviare aquí un hombre derecho, no será rey de Mallorca".

En 1619, durante los meses previos al atentado de Jaume de Berga, había un pequeño grupo de personas de Canamunt encargadas de conspirar y perpetrar los asesinatos. Para este caso, destacaron tres personas: un caballero, Jeroni de la Cavalleria; un sacerdote, Mateu Ferragut alias Boda; y un bandoler, Antoni Gibert alias Treufoc, un chico que había empezado de ladronzuelo de huerta y que, a pesar de sus escasos veinte años, el maltrato de la vida le había convertido en un sádico asesino. Esta pequeña célula solía esconderse, bien en casa del que, desde1615, se había convertido en el Cap (jefe) de los Canamunt, Pere de Santacília y Pax, bien en la Catedral, bien en casa del canónigo Dezcallar (en la calle Estudi General) , residencia habitual de Jeroni de la Cavalleria, por ser sobrino, éste último, del primero. Ellos elaboraron una lista de personas, futuras posibles víctimas, entre las cuales se encontraban el mismísimo virrey de Mallorca; el comisario real, Pere Sineu; Lluís Villalonga; los hermanos Pere y Lleonard Zaforteza; Pere Mendieta... y, evidentemente, Jaume de Berga.

Para entender la tirria que le tenían los Canamunt al juez de la Real Audiencia se deben conocer los antecedentes. Por lo visto, a Berga no se le puede adscribir a ninguna bandería concreta y, aunque pueda parecer extraño, era un ciudadano mallorquín con la convicción de que el imperio de la Ley está por encima de los lazos de familia o bandería. A lo largo de su trayectoria profesional se observa que sus actuaciones van encaminadas a reforzar el poder real. Ello explica la dureza de algunas de sus sentencias que a su vez le comportaron no pocos enemigos. Los Canamunt se la tenían jurada, pues a causa de una de ellas se habían condenado a muerte a varios miembros de esa parcialidad. Además, Jeroni de la Cavalleria estando en Barcelona, había vivido, con el también mallorquín, Jordi Dezcallar, que permanecía desterrado del reino insular por orden del mismo Berga. Dezcallar había pedido a Cavalleria que, si alguna vez tenía ocasión, matase a dicho juez.

De todas formas, el oïdor no era el objetivo primordial de los Canamunt, ni muchos menos. Fueron un cúmulo de coincidencias las que provocaron que se le asesinase a él y no a otro. En un primer momento se intentó matar al virrey, luego al comisario real, al jefe de los Canavall, pero todos esos intentos fueron fallidos. Finalmente, durante los últimos días del mes de mayo, el destino hizo que el juez Berga, que salía del palacio de la Almudaina en su carruaje acompañado de Pere Mendieta, decidiese ir a visitar al canónigo Dezcallar a su casa. Sin saberlo se metían en la boca del lobo. Algunos miembros de la familia Cavallería, que les habían visto entrar, avisaron al sacerdote Boda, quien reaccionó rápidamente y se fue a buscar armas de fuego a casa de Pere de Santacília. Cuando los asesinos, ahora ya armados, se acercaron a la casa del canónigo Dezcallar, Mendieta ya había regresado a su casa. En cambio, Berga subía a su carruaje, Boda y Treufoc atajaron por unos callejones hasta llegar a la casa del juez (en la calle Sant Pere Nolasc). Allí le esperaron. Finalmente llegó el coche, se detuvo ante el portal y se escuchó un disparo. El cochero, un esclavo llamado Amet, bajo a la cabina y se percató del atentado. Un arcabuzazo en el pecho había acabado con la vida del juez Jaume de Berga. La noticia atravesó rápidamente la ciudad, levantando gran polvareda. El virrey, presto, neutralizó a los Canavall, evitando más derramamiento de sangre, arrestó a los elementos más destacados de los Canamunt, y ordenó un amplio despliegue para capturar a los asesinos. Toda la ciudad fue interrogada quedando inmortalizada para el acervo popular la respuesta Què en som jo de la mort d'en Berga? Jeroni de la Cavalleria y Treufoc fueron capturados y condenados a muerte. En cambio, el capellán Boda consiguió huir al extranjero. Su pista se pierde en la Península Itálica.

A pesar de la rápida actuación del virrey, que sirvió para calmar momentáneamente los ánimos, la muerte de Berga, junto con otros acontecimientos paralelos, provocaron que desde 1620, Palma se convirtiese durante décadas en un auténtico campo de batalla. Sólo dos acontecimientos de gran magnitud sería capaces de devolver una cierta paz: la Guerra de Cataluña y la peste de 1652.