Es Carnatge, una zona protegida con la figura de Area Natural de Especial Interés, (ANEI), tiene una larga historia y como tal está llena de luces y sombras. Las cuatro hectáreas han sido objeto de enfrentamientos entre los proteccionistas y aquellos que veían la oportunidad de la cercanía a Palma –está en el Coll d´en Rabassa– como plus al aliciente de zona virgen costera. La salvó su prehistoria. Gracias a sus importantes depósitos de fósiles, Es Carnatge puede contar hoy su historia desde el orgullo de haber sido rescatada para el uso público. Hoy por hoy es una de las escasas zonas cercanas a la ciudad donde uno puede olvidarse que es carne de urbe y puede rescatar su memoria de que un día fue carne de naturaleza. Sólo un importante detalle persiste en su contemporaneidad: el aluvión de aviones, en esta época casi cada cinco minutos, que despegan y aterrizan en el aeropuerto.

Hubo un tiempo en que tuvo de vecinos la central eléctrica de Sant Joan de Deu y Son Sant Joan. Hoy pasean, muchos de ellos en sillas de ruedas y acompañados de sus familiares y/o amigos, algunos pacientes del hospital de San Joan de Deu. Algunos no pueden escuchar el trueno de las aeronaves. Algunos incluso ni las ven, pero se les ve plácidos.

Sí las ven como sombrero fugaz los muchísimos deportistas que mañana y tarde y, sobre todo, los fines de semana, acuden a las pistas los que van sobre ruedas, o serpetean por los caminos de tierra buscando sentir de cerca el pálpito de un oleaje que puede llegar según sople el viento.

Si te olvidas del zumbido cada pocos minutos, fácilmente algunos mallorquines de cierta edad regresan a su infancia. A aquellos años que vistos ahora tienen color de piel de melocotón. Ese tono se encuentra en Es Carnatge, en los muros de una casa derruida y que, desgraciadamente, contiene basura en su interior. Es probable que alguien haga de ella su techo a falta de uno de verdad. La aproximación de botes que navegan a vela latina aún remueve más la moviola. La afición por navegar a la antigua prende rápido como la mecha. En los clubes cercanos de Cala Gamba salen en regata las elegantes embarcaciones.

Una madre con enorme sombrero de paja saca de la nevera portátil unos refrescos. Un can le ladra a otro de punta a punta de esos pequeños arenales que se forman en las costuras de Es Carnatge. Hay un hermosa indolencia en los gestos de esa familia que hace un pic nic de playa urbana. Unos escasos segundos, un ave de las que han conseguido mantenerse en este espacio natural aleteaba sin perder de vista la presa, un pequeño roedor que acaba entre las patas del rapaz.

Si a Es Carnatge le hubieran echado el pico y la pala, nada de esto veríamos, y los de Palma pensaríamos que la naturaleza es un cromo que sólo existe en las fotografías del National Geographic o que está lo suficientemente lejos como para ceder al señuelo de la televisión.