Quinientos años de esparto acabarán oliendo a café. Si como asegura el nuevo propietario de Ca la Seu –nombre oficial de la placa porque la familia Monserrat, la misma al frente del negocio de cuerdas, siempre la llamó Calaseu– mantendrá la atmósfera del lugar, se podrá percibir el olor a pita, cáñamo y esparto entre sorbo y sorbo. Quizá, aparezcan como espectros algunos clientes que ilustraron el medio siglo de historias que le contó Andreu Monserrat a Andreu Sabater.

El librito Cuerdas y recuerdos en sa Gerreria camufla al autor. Andreu Sabater era Avelino Hernández, el escritor de Soria que murió en Selva, soñando con el llaüt Gloria y aquel Mediterráneo que le confirmó en su epicureísmo militante, junto a Teresa Ordinas. "¡Pero aquello no era una tienda! Era un hallazgo, un maremagnum, una demasía, un disparate, un caos, una maravilla, un gozo...", describe Sabater.

Cogía el tren el escritor y se iba de charla con los hermanos Monserrat, con Andreu, sobre todo, hasta que María Magdalena le comunicó por teléfono: "Hoy le hemos enterrado". Juntó el escritor las notas guardadas de aquellas largas conversaciones y trenzó, como si fueran cuerdas, su "homenaje" al cordelero muerto.

Le contó, por ejemplo, que la mujer de Pablo Picasso, "no sé cuál", se pirró por una sarria hecha por Josep Monserrat Quetglas, padre de Andreu, María Magdalena y Tomeu. El patriarca tenía 13 años cuando enhebró agujas y retorció el palmito mallorquín. "No lo vendería por nada del mundo", le dijo Monserrat a Sabater. La mujer de Picasso se conformó con un saco morrión de comer pienso a las bestias. "Lo tuve que remendar de tan viejo que estaba", advirtió el cestero.

El nombre del negocio obedece a que vendían a la Catedral las alfombras que servían para calentar la piedra cuando en el templo aún no había bancos y los fieles se congelaban rodillas y pies. Iglesia y aristocracia, que encargaban sus esteras para sus capillas, fueron excelentes clientes de la familia de cordeleros.

O la historia de aquel feligrés que tenía el mal de San Vito y que acababa con el baile mordiendo esquinas de las alfombras de Calaseu. El librillo no tiene desperdicio. Ilustra el habla sencillo y elocuente de uno de los últimos maestros en hacer arte de las cuerdas.

La vida de barrio prosigue moldeada al tiempo que le toca vivir. El pasado sábado, en la calle Blanquerna, recién estrenados de un paseo semipeatonal –los vecinos, no todos, pero empiezan a ser mayoría, se están uniendo para lograr que la calle sea peatonal por completo–. Sa Tenda Ecològica, regentada por Jaume Rivera, un catalán que se ha trasladado a Mallorca hace cinco años, organizó una semana de conferencias sobre Residuos O que culminó con un taller infantil de reciclaje. Los críos fabricaron sus cochecitos con chapas de refrescos, bandejas de embalar alimentos, todo lo que puedes pillar en casa y acaba en el cubo de la basura. Como se jugaba antes, como en Calaseu, quizá.