El próximo miércoles se celebra la festividad de San Alonso Rodríguez, primer santo mallorquín, porque a San Alonso hay que considerarlo mallorquín.

En 1531 nació en Segovia en el seno de una familia de once hijos, cuyo padre, Diego, se dedicó al comercio y al negocio de tejidos; mientras que su madre, María, se encargó de crear un ambiente cristiano en el hogar. El joven segoviano, cuando debía tener unos trece años, fue enviado a estudiar a Alcalá de Henares. Allí trató con los jesuitas Pedro Fabro y con el padre Francisco de Villanueva. La repentina muerte de su padre, en 1545, truncó sus estudios, teniendo que regresar a Segovia al ser reclamado por su madre para que se hiciese cargo del negocio familiar.

Pronto se comprobó que las dotes de Alonso como negociante tenían mucho que desear y la empresa empezó a zozobrar. A los 27 años contrajo matrimonio con una joven ejemplar llamada María Juárez, con la que tuvo tres hijos. Uno de ellos murió enseguida, la hija mayor falleció un poco después, mientras su esposa caía enferma, muriendo ella también en 1562.

Tras todo este rosario de desgracias, se empezó a manifestar en su interior la necesidad de reencontrarse con el Señor. Empezó a tener la sensación de que todos esos años intentando levantar el negocio familiar le habían desorientado y le habían hecho perder el tiempo. Decidió trasladarse, con su hijo, a vivir con su madre y sus hermanas. Hizo confesión general en la iglesia de los Jesuitas, en el Colegio que el P. Luís de Santander, amigo de Alonso, había fundado en 1559.

El destino siguió golpeando a Alonso. Falleció el único hijo que le quedaba, y poco después moriría su madre. Esta tragedia familiar provocó una conversión radical en Alonso que le condujo hasta las puertas del Colegio Jesuítico de Segovia con la intención de pedir la admisión en la Compañía. Su petición fue denegada debido a la oposición de cuatro padres que consideraban que Alonso era demasiado mayor para empezar los estudios eclesiásticos y ordenarse sacerdote. También eran de la opinión que su estado de salud no le permitía poder ser tampoco hermano coadjutor.

La reacción del segoviano se manifestó tomando una decisión radical: renunció al patrimonio que le quedaba a favor de sus hermanas y se marchó a Valencia a buscar el amparo del P. Luís de Santander. Éste le aconsejó que iniciase sus estudios de gramática para luego poder proseguir sus estudios eclesiásticos. Al principio vivió de la caridad y luego pasó a servir como criado del mercader Hernando de Conchillo y más tarde en la casa de la marquesa de Terranova.

En 1570, con ocasión de la invitación de un amigo a hacer vida eremítica en San Mateo (Castellón), vio, con más fuerza que nunca, que su vocación le pedía ingresar en las filas de la Compañía de Jesús. Durante el mes de enero de 1571, aprovechando que la congregación de la Provincia Jesuítica de Aragón se reunía en Valencia, Alonso volvió a solicitar la admisión, topándose otra vez con la oposición de los cuatro padres. Pero su caso llamó la atención del Provincial, P. Antonio Cordesses, que aceptó la admisión de Alonso pronunciando unas palabras proféticas: "vaya, recibámoslo para santo".

Ese mismo mes empezó el segoviano como novicio en el Colegio de San Pablo de Valencia. Poco duró su estancia en esa ciudad, pues a los seis meses de haber ingresado fue enviado al Reino de Mallorca. Realizó el viaje acompañado de dos jesuitas mallorquines: Macià Borrassá y Bernat Crespí. Al llegar a la isla se instalaron en el recién estrenado colegio de Montesión. Por aquel entonces era su rector el padre Coch que se convirtió en el director espiritual de Alonso. Durante los primeros años, cuando se trabajaba intensamente en la construcción del Colegio y de la nueva iglesia, Alonso ayudó en los trabajos domésticos y acompañaba a los padres que salían a realizar visitas por la ciudad.

Inmortalizado por Zurbarán

Durante una de estas visitas, acompañando al padre Borrassá, mientras subía rezando el santo rosario hacia el castillo de Bellver, se paró unos segundos para recuperar el aliento. En ese momento se le apareció la Virgen que con un pañuelo le secó el sudor de la frente. En ese lugar se erigió una pequeña capilla. Tuvo más visiones el hermano coadjutor, una de las cuales fue inmortalizada por el pintor Francisco Zurbarán en 1630, pintura que se conserva en el Museo de la Real Academia de San Fernando, en Madrid. Hacia 1580, cuando el Colegio estuvo bien organizado, le fue encomendada la labor de ser el portero, y en esta ocupación se entretuvo hasta el día de su muerte.

Desde el momento que ocupó su cargo de portero ya no son necesarios más datos biográficos, acaso profundizar en su intensa vida interior. Ya en vida, Alonso se ganó la fama de santo, tanto entre los estudiantes del Colegio, que acudían a él para pedir consejo, como entre los religiosos y teólogos, entre los cuales destacó san Pedro Claver, que trató con el santo portero los tres años que estudió en la capital mallorquina, y por su consejo pidió las misiones de las Indias. Alonso murió el 31 de octubre de 1617. Un año después de su muerte se incoó el proceso de beatificación, en 1633 fue proclamado copatrón del Reino de Mallorca. Finalmente, su Santidad León XII lo beatificó en 1825 y años más tarde, en 1888, fue canonizado por el Santo Padre León XIII.

(*) Cronista oficial de la ciudad