Los paseantes que contemplen el robusto campanario de la iglesia de la Mercè repararán en dos lápidas, engastadas en la pared por el lado en que la torre da a la placita. Una de ellas es lo poco que resta de una de las puertas más importantes de la muralla de Palma. La llamada Porta Pintada Nova. El texto, rodeado por una orla barroca, dice: "Alabat sia lo Sanctissim Sagrament, la Inmaculada Conceptió de Maria Santss. Concebuda sens pecat original". Una segunda lápida especifica el origen de la anterior.

El hecho de que no constituya nada espectacular, unido además a su considerable altura, hacen que esta pieza histórica apenas sea conocida. Pero tiene una historia muy interesante.

Todo empezó en la puerta del recinto musulmán que se hallaba cerca de donde hoy acaba la calle Sant Miquel. Los musulmanes la conocían como puerta de Bad-al-Kofol, y por allí entraron según la tradición las huestes de Jaume I el día de la conquista. Se le llamó por eso también Porta del Esvehidor, y se convirtió en un lugar muy señalado de la ciudad ya que evocaba la gesta del Conqueridor y la fecha en que la ciudad cayó en manos cristianas. Con el tiempo se la conoció como Porta de Santa Margalida, por el convento aledaño a ella. Y también como Porta Pintada, porque tenía varias cruces pintadas de color rojo, como se ve perfectamente en una de las predelas del famoso retablo de Pere Niçard.

La festa de s'Estendard comenzó a celebrarse en aquel lugar, y la comitiva pasaba por la Porta Pintada o de Santa Margalida para rememorar la entrada de Jaume I. También entraban por ella los obispos para tomar posesión de la sede. Así hasta que en el siglo XVII se construyó el nuevo recinto de muralla, que en este tramo dejó atrás el muro medieval. La Porta Pintada vieja quedó fuera de uso, convertida en un monumento en medio de viviendas. La salida que antes se efectuaba por allí se trasladó algo más al sur, un poco antes del baluarte de Zanoguera. La nueva puerta daba directamente al actual emplazamiento de la estación del tren. Y como vino a sustituir a la anterior, se la llamó Porta Pintada Nova, aunque no estuviera pintada. La procesión de l'Estendard salía entonces por la Porta de Sant Antoni, recorría un trecho extramuros, y entraba por la nueva Porta Pintada. Al llegar a ella las puertas estaban cerradas. Y se daban tres golpes con la cruz de la Seu para que fuera ritualmente abierta. La nueva Porta Pintada siguió sirviendo para la entrada solemne de los obispos, y era una arteria importantísima. Por ella entraban y salían los que buscaban un carruaje o diligencia para salir hacia los huertos cercanos o algún pueblo. En sus muros se anunciaban las funciones de teatro o las corridas de toros. En su interior, cuatro columnas sostenían una bóveda. Durante mucho tiempo tuvo un cuadro representando a Cabril y Bassa. Y en la parte exterior que miraba hacia la ciudad, colgaba la placa apaisada que hoy vemos en la Mercè. Cuántas historias vería, cuántas conversaciones, personas, carruajes. Generaciones enteras pasaron por delante de esa lápida de piedra.

La Porta Pintada Nova estaba más o menos donde hoy se levanta la estatua de Jaume I. La demolición de las murallas empezó allí mismo, en el baluarte de Zanoguera. La puerta cayó en 1902. Se soterró el puente que salía de allí, parecido al de Santa Catalina, con seis arcos y machones rematados por bolas de piedra. Y en el espacio ganado, se habilitó una nueva plaza llamada primero de Joanot Colom, luego de Eusebio Estada, y finalmente Plaça Espanya. La estatua de Jaume I se levantó como un acto de "desagravio" por el insulto a la memoria del rey que supuso demoler fraudulentamente la Porta de Santa Margalida. Y allí sigue, aunque no tenga nada que ver con ese lugar.

¿Y cómo fue a parar la lápida de la Porta Pintada Nova a la iglesia de la Mercè? Muy sencillo, Bartomeu Ferrà, que era presidente de la Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento que tenía su sede en la iglesia, la rescató y la hizo colocar allí.

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