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PENSAMIENTOS

Felipe Armendáriz

Dos cabalgan juntos

Hay historias de la crónica negra que dan pena, mucha pena. Otras, como la protagonizada por los dos veteranos delincuentes mallorquines José Antonio y Rafael producen tristeza y ternura a raudales.

La sección de Sucesos de Diario de Mallorca tuvo el acierto, y la habilidad, de entrevistar a dos «descuideros», de 72 y 73 años, respectivamente. La pareja tiene muchas cosas que contar y otras muchas que ocultar.

Se han hecho famosos por no colgar las botas. Por seguir siendo «amigos de lo ajeno» (como los denominaba el añorado periodista Damià Caubet), pese a tener edad de jubilación y una salud nada boyante.

Hace unos días los dos hombres fueron detenidos por dedicarse, presuntamente, a desvalijar a turistas incautos que dejan cosas de valor en los coches de alquiler cuando visitan las playas de Manacor. Hubo testigos que los vieron en la escena del crimen. Los teléfonos les inmortalizaron tratando de esconder el bulto, pero la Policía no es tonta.

Entre los dos acumulan 170 arrestos, toda una vida buscándose la vida. Había que verlos para la entrevista: los dos de espaldas a la cámara; con las capuchas de las sudaderas puestas y sin querer dar sus apellidos, no vaya a ser que alguien les reconozca. La dignidad ante todo.

El primer mandamiento del buen imputado es negar los hechos, luego Dios dirá. José Antonio y Rafael alegan que habían ido a la playa a tomarse unos callos en un chiringuito. Atención al menú: no eran unas hamburguesas o unas pizzas. Era comida de la de antes, comida de verdad. Acabado el almuerzo, uno dice que fue a estirar las piernas y vio un coche con las ventanillas rotas. Salieron pitando (no aclaran por qué), pero les grabaron. Su amplísimo historial (y la matrícula del coche) les delataron.

No hubo que buscar mucho. Rafael reside en una residencia de ancianos en Palma. José Antonio tampoco andaba muy lejos.

Como principal alegato de descargo los amigos explican que no están para muchos trotes. «¿Cómo vamos a robar si no podemos salir corriendo?». José Antonio padece artrosis y Rafael usa muleta, secuelas de cuando se fracturó el fémur y la cadera.

Si hubiese una «Seguridad Social del Crimen» ambos estarían incapacitados para el trabajo. Tras «cotizar» 50 años en el mundo de las comisarías, cuartelillos, juzgados y cárceles y por sus problemas de salud tendrían un merecido retiro y una buena pensión. El mundo real es otra cosa y los dos colegas apenas arañan unas «paguitas» para subsistir.

En su peculiar lógica sus dificultades de movilidad son una seria eximente. Habrá que ver si el juez los cree.

Rafael niega haber sido detenido tantísimas veces. José Antonio admite el amplio historial, aunque apunta a la vetusta Ley de Vagos y Maleantes del Franquismo como causa de muchos de esos antecedentes. Eso es lo que tiene el haberse iniciado en el mundillo allá por los 60.

Hemos hablado antes de dignidad, de respeto. A nuestros protagonistas, que llevan 11 años cabalgando juntos, no les gustó nada que los agentes fueran uniformados a capturarles y que les pusieran los grilletes ante testigos. «Seremos sospechosos, más pintamos canas y hubiese sido mejor policías de paisano», piensan. «Además, no íbamos a fugarnos», añaden. Y es verdad.

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