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Una aproximación a nuestra realidad desde la pandemia

Aciertas edades, incluida la mía, nos inquieta y preocupa el futuro que estamos configurando como salida de la crisis provocada por la pandemia del coronavirus. Nos preocupa la sociedad que vamos a dejar, en mi caso a mis nietos, y en general a las generaciones futuras. ¿Será verdad que van a heredar una sociedad peor que la que heredamos nosotros?

El filósofo y jurista italiano Luigi Ferrajoli, casi coetáneo mío, reflexiona en la forma que tendrá el mundo cuando pase la pandemia. «El cambio climático, las armas nucleares, el hambre, la falta de medicamentos, el drama de los migrantes y, ahora la crisis del coronavirus, evidencian un desajuste entre la realidad del mundo y la forma jurídica y política con las que se pretende gobernarnos. Los problemas globales no están en las agendas nacionales. Pero de su solución depende la supervivencia de la humanidad». Si continuamos sobreexplotando los recursos del planeta y no damos importancia al cambio climático, nuestros nietos afrontarán situaciones conflictivas prácticamente inevitables. La globalización económica, así como la criminal y la terrorista, ya forman parte de la realidad. Las redes sociales pueden ser muy útiles y a la vez una trampa; nos posibilitan en principio una más y mejor intercomunicación pero al mismo tiempo propician la soledad. Si las relaciones personales, profesionales/ laborales se pretenden consolidar desde el individualismo (¡sálvense quien pueda!) la estabilidad y el arraigo serán un sueño y las expectativas una quimera.

Acudamos a nuestras realidades próximas ¿Influirá la crisis del coronavirus sobre el modelo de gestión neoliberal de la economía europea, vigente desde hace casi 40 años? En la sociedad que nos ha tocado vivir y convivir, que algunos definen como posmoderna (?), están pasando cosas imprevistas, incluso para quienes en principio disponen de los mejores instrumentos para conocer la sociedad y anticipar su posible evolución. A partir de la crisis del 2008 comienza a surgir la idea de un Estado muy menguado, pero muy intervencionista; un Estado del que se espera que haga unas funciones absolutamente auxiliares de legalidad, seguridad e infraestructuras. Pero sobre todo se dibuja un Estado que propague la ideología de mercado a todas las instancias sociales: la educación, la sanidad, las relaciones, la identidad, los comportamientos más individuales se contaminan por este discurso de mercado. Para más inri la estructura socioeconómica no facilita un ascenso social representado por las clases medias. Hemos construido una sociedad profundamente desigual.

Hoy por hoy, nuestra única certeza es la incertidumbre, donde los miedos campan a sus anchas. El pabellón de los desconcertados está formado por gente de variada procedencia, tanto los conservadores clásicos como los pijos progresistas. En tiempos de fragmentación como los que vivimos, lo único transversal es el desconcierto.

Por lo general, los conservadores se llevan mejor con la incertidumbre y no tienen demasiadas pretensiones de formular y revisar ciertos parámetros de la sociedad mientras las cosas les funcionen. Los socialdemócratas europeos parece que quieren «despertar». Tal despertar se refleja en la UE, priorizando una Sociedad del Bienestar participativa. Entre otras iniciativas, creando un fondo de más de 2.000 millones de euros para reconstruir una realidad económica y social, sostenida y sostenible.

La realidad socio/política española está formada por dos bloques, escasamente transversales y difícilmente compatibles incluso para acordar temas de interés general. Al gobierno de turno, el gobierno de coalición PSOE/UP, le toca liderar y gestionar adecuadamente los Fondos Europeos (New Generation) destinados a medidas estructurales capaces de reconvertir nuestras estructuras productivas. Pero al mismo tiempo los Populares, incomprensiblemente, intentan «remover Bruselas» descalificado los proyectos españoles, a pesar de que los responsables europeos ya han dado el ok.

En nuestra Comunidad ¿cómo nos planteamos el futuro? La pandemia ha afectado directamente a nuestra actividad productiva básica, el turismo. A las estructuras empresariales, comerciales, de transportes; a las propias en los países de origen; a los clientes reales y potenciales. Los destinos alternativos seguirán vivos y coleando. No resultará fácil recuperar las óptimas conexiones aéreas. Habrá que definir nuevos productos y reactivar nuevas estrategias de comercialización. España puede tener acceso a 140.000 millones de euros procedentes de la UE. Pero difícilmente será posible si nuestros «proyectos empresariales turísticos» tienen como finalidad recuperar nuestra actividad productiva en base a modelos obsoletos e insostenibles. No olvidemos que el acceso a tales fondos europeos no será exclusivo al sector turístico, y que no sólo Balears diseñará proyectos turísticos de interés. Sin pasar por alto que, aunque nuestra principal actividad productiva siga siendo el turismo, es necesario también plantearnos otras actividades de alto valor añadido.

Tal sociedad «líquida» (Z. Bauman), repleta de inseguridades e incertezas, no permite optimismos vacuos, pero tampoco pesimismos radicales. Algunos nos instalamos en un cierto escepticismo activo que nada tiene que ver con el placer de mirarse el propio ombligo. No negamos la realidad existente, pero no la damos por inevitable. La posibilidad de cambio de una realidad (política, económica, social, cívica, cultural…) como la nuestra, compleja y cambiante, solo es posible desde una acción guiada por la lucidez y cierta capacidad de duda, y no desde un despotismo ilustrado (y frecuentemente sin ilustrar).

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