No queda más remedio que afrontar el debate sobre el modelo económico de Baleares con más valentía y rigor de lo que se ha hecho hasta ahora. Los datos (precovid) ya eran clarísimos: el modelo de crecimiento actual era insostenible, generaba muchas desigualdades, y cada vez era menos competitivo. Desde hace 20 años, «más» (más turistas, más infraestructuras, más empresas, más trabajadores…) realmente ha significado «menos» (menos renta per cápita, menos cohesión, menos equidad, menos clase media, menos calidad de vida…). Si tenemos que pensar en la gran mayoría, en el bien común, la única salida es parar este «más» y apostar decididamente por «mejor» (eficiencia, innovación, educación, y creación de valor, económico, pero también social y ambiental).

Durante los últimos 60 años, la mayor parte del valor que ha generado Baleares ha descansado en el uso intensivo de recursos naturales (el sol y las playas, especialmente) y de nuestra excelente localización y cercanía con Europa. A estos dos ingredientes se han unido una fuerte inversión en equipamientos e instalaciones turísticas. Pero, a partir del año 2000, se empezaron a detectar ya los síntomas de agotamiento de esta fórmula y, desde entonces, sus resultados no han hecho más que torcerse, y mucho. Es evidente que se han hecho muchas cosas bien desde los años 50 y 60, pero también lo es que no hemos sabido o no hemos querido completar estar fórmula con otros ingredientes y la llegada masiva de población (residente y no-residente) ha acabado generando unos problemas que no paran de crecer. No podemos seguir más por ahí, la gallina de los huevos de oro (como muestran los datos del artículo de la semana pasada) ya no da para más.

En paralelo a todo este gran crecimiento, más cuantitativo que cualitativo, hemos abandonado la industria, la agricultura y la ganadería cuando es ridículo recordar que más y mejor industria es la receta para la competitividad de cualquier economía avanzada, y que la agricultura y la ganadería son sectores estratégicos siempre (y ahora, y en Baleares, todavía más). Unos sectores que ahora necesitan ganar mucha competitividad para poder crecer. No volverán a sustituir al sector turismo/servicios, ni falta que hace, pero también es importante reivindicar que el sector turístico tiene que contribuir mucho más a conseguir un mayor y mejor equilibrio.

Todas estas mejoras tienen que venir, en gran medida, de la mano de la innovación, y en materia de innovación, sigue haciéndose muy poco, por falta de voluntad política y por falta de decisión empresarial. Por las dos cosas. Y aunque la covid ha complicado muchísimo las cosas, el problema estaba y sigue estando allí. En los últimos años se han hecho avances, pero queda muchísimo por hacer. Muchísimo. El índice de competitividad global de las regiones de la UE (que con tanto acierto analiza la Fundació Impulsa) muestra claramente la importancia de la innovación, ligada a la preparación tecnológica y a la sofisticación empresarial, para prosperar. También muestra, desde hace tiempo, la posición de cola en que se mantiene Baleares y, tal vez lo más importante, la tendencia a la baja. España va mal, y nosotros peor.

Permítanme, para ir acabando, un inciso para reivindicar al producto local, porque significa cultura e identidad, que también quiere decir diferenciación en un mundo globalizado. Y también significa tradición, que es una manera de hablar de conocimiento centenario, además de empresas muy ligadas al territorio, que crean empleo todo el año, y que no han tenido casi ningún apoyo durante décadas.

Por tanto, el reto no es sólo compensar la insularidad, que también, el reto es, sobre todo, corregir con más decisión el modelo económico. Es esencial crear más valor añadido en todos los sectores, diversificar la economía, desarrollar las industrias emergentes apostando por la economía verde (energía renovable), azul (náutica recreativa), naranja (creación cultural) y por el producto local, además de impulsar los sectores innovadores (que conecten con nuestra estructura), poner en valor el patrimonio, modernizar el comercio local, y optimizar una gestión pública donde hay demasiadas ineficiencias.

Para hacer todo esto se necesitan por una parte responsabilidad y valentía política, por otra empatía y generosidad de los distintos sectores económicos y sociales y, finalmente, recursos económicos. Después de muchos años de inmenso déficit fiscal, el 14% y el mayor del mundo, según Guillem López Casasnovas, es evidente que la financiación autonómica es un dato crucial a mejorar mientras esperamos que pueda ayudar decisivamente el milagro que tendrían que ser los fondos Next Generation.

Y acabo: se creo está Comisión para hablar de la «España vaciada», y enseguida derivó en la «España que se llena», pero yo me quedo con el: «¿llenar, para hacer qué?» y el «¿llenar, hasta dónde?», porque para hacer lo de los últimos veinte años, mejor no llenar, y porque llenar, en Baleares, tiene límites (y mucha gente considera que ya los hemos rebasado). Varias previsiones apuntan que en unos diez años seremos 200.000 personas más, otro 15% de crecimiento. ¿De qué vivirán estas personas? ¿Dónde vivirán? ¿Cómo vivirán? ¿Y nosotros?

No podemos salir de esta crisis con el mismo modelo con el que entramos. Costará, porque los cambios importantes necesitan tiempo y porque es un debate muy complejo y a muchas bandas, pero hacerlos es crucial, tenemos demasiados datos negativos y desde hace demasiado tiempo, como para seguir con la misma fórmula.

PS: Por cierto, el Ibavi está construyendo en estos cuatro años casi tanto como se construyó en los últimos cuarenta, y pronto habrá 3.000 viviendas de protección pública. Es una de las mejores noticias de la legislatura, pero son 3.000, y aunque se siga por ese camino, no será suficiente para unas islas en las que al 50% de la población le cuesta llegar a final de mes, o con 266.000 personas (el 22% del total) en situación o riesgo de pobreza (con datos de justo antes de la covid). Por ejemplo. Los retos son inmensos y las soluciones también lo tienen que ser.

*Extracto de la intervención en la Comisión de despoblación, reto demográfico e insularidad del Senado. La primera parte de la intervención se publicó aquí.