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Eric Zemmour.Agencias

Desde París | Vox populi

N o se asusten, de momento es solo un rumor, pero cada vez más insistente y que el propio Zemmour, en una de sus últimas intervenciones televisadas hace unos días, tampoco desmintió. Vox Populi como el nombre que suena para el nuevo partido político del aun no proclamado candidato.

O sea que, si Santiago Abascal no se opone, al Vox patrio le saldría un alter ego al norte de los Pirineos. Tremenda noticia, ‘gallina de piel’ para cualquier demócrata, pero condición sine qua non para todo candidato: La creación de una formación política como elemento necesario para aspirar a la presidencia de la nación, junto con las anheladas 500 firmas de alcaldes avalando dicha candidatura. Unas firmas que, al parecer, representan el último escollo, para el anuncio oficial de su entrada en campaña. Aunque, el escollo, no parece pesarle mucho ya que lleva desde el verano a lo Trump, acaparando pantalla y portadas con una frecuencia, e insistencia, de una estrella del showbiz, o de una rock star en tournée promocional. Zemmour en todas las salsas y en una envidiable posición en todos los sondeos, tras la estela del Presidente y por delante de su rival, en posicionamiento extrema derecha, la veterana Marine Le Pen. Candidata por tercera vez a la Presidencia y a la que todos daban ya por seguro en la segunda vuelta de las elecciones, en una reedición de la final de 2017, antes de la fulgurante e inesperada aparición del fenómeno Zemmour.

El polemista, escritor y periodista (sin olvidar su titulación en la prestigiosa escuela de Sciences Po) no pierde ocasión en insistir, remachar, en sus principios: La «perennidad de Francia», por la cual va a «luchar, por las voces que oye, que le empujan», insistiendo en que «no va a dejar solos a quienes le apoyan» (forma indirecta de anunciar su candidatura), reafirmándose como un hombre libre, que «no obedece a consignas de un partido», su lucha es «un combate por Francia», y como tal se auto inscribe en la vieja tradición francesa de periodistas que en el XIX aspiraron a la Presidencia de la Nación como Victor Hugo o Lamartine, con el retrovisor puesto siembre en esa imagen nostálgica de una Francia grande, hoy en peligro de extinción. No tiene pelos en la lengua al hablar de los otros candidatos: Acusa a Le Pen de haber conducido a la extrema derecha a un «ghetto político», un callejón sin salida, marginada por los otros partidos, que la incapacita para aspirar a la presidencia. Saca pecho cuando habla de la procedencia de su electorado: un 35% de desencantados del Rassemblement National que aspiran a una mayor visibilidad, otro 30% pescado entre la rama ultra católica y moderada de los Republicanos, desencantados y sin líder desde el procesamiento y condenación de Francois Fillon, y otro 30% entre los abstencionistas.

Tampoco tiene palabras dulces para la derecha tradicional, LR, a quienes tacha de centristas moderados, traidores a la esencia del «gaullismo», mentando a Chirac como el primer gran chaquetero, felón a la herencia del General. Un De Gaulle de quien se acaba de conmemorar el 51 aniversario de su muerte con una tragicómica comitiva, - todos los candidatos de «Les Républicains» unidos en «Colombey les deux Eglises» junto a la alcaldesa de París, Mme Hidalgo que se reivindica como gaullista social, sin olvidar al Primer Ministro Castex en representación del Gobierno - frente a la tumba del «añorado» liberador, autentico Tótem tribal de quien todos se declaran, herederos.

De los candidatos Republicanos -hasta diciembre no sabremos quién será el elegido por el partido - dice que como mucho aspiran en convertirse en futuros ministros del nuevo gabinete de Macron. Un Macron, culpable de todos los males que azotan hoy en día a la nación, a quien apunta como hombre a batir en las próximas elecciones. A Mélenchon, ecologistas y otros aspirantes de la izquierda ni tan solo se digna a citarlos. Sus enemigos son la inmigración y el Islam, incompatibles con el espíritu de una Francia grande, autónoma y libre de compromisos europeístas.

Su talón de Aquiles, dicen los expertos, es la falta de un programa económico, ante lo cual arguye que la situación es tan dramática que «primero hay que salvar a Francia» y luego ya hablaremos de economía. Sin comentarios.

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