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Alex Volney

Las letras del acreedor

Joaquim Ruyra.

Su laureado discípulo aseguraba que tenía un fondo de absoluto mal gusto, pero reconocía haber quedado fascinado morborsamente por su escritura y su trabajado estilo. Jugando al anticlerical e incluso menospreciando las ideas de su catolicismo bajoampurdanés va encumbrando con el tiempo y llega a describir su narrativa como fascinadora y casi transparente en su complejidad. El aprendiz elogiará al maestro debiéndole la vida...literaria. De monólogo permanente, pensado y repensado. Es el «anti Rusiñol». Ruyra es atemporal y durará siempre, asegura el alumno más avanzado del autor de Blanes y lo compara con Tolstoi en versión reducida, claro. Reflexión fácil de compartir si observamos a Joaquim Ruyra i Oms con su cristianismo más cercano a la Divina Acracia del ruso que a los dogmas adquiridos por cualquier anarquista ibérico que se precie. «El sustantivo, el verbo, el adjetivo preciso». A menudo su más distinguido admirador lo tilda de «pseudofranciscano y beato-burgués» pero el talento literario es tan inabarcable que rozará lo extraordinario si no fuese porque comienza muchas obras suyas con eso de «Ave Maria Puríssima» tan estremecedor.

Aunque su poesía es considerada menor, su prosa como punto de inflexión llega en Pinya de rosa a ser considerada un momento álgido de la literatura catalana de todos los tiempos. Su complejidad contrasta con los trazos de absoluta y austera perfección.

Propietario rural, considerado rico y problemático con el servicio femenino...a ojos de su mujer. Esta llegó a destruir originales enteros en arranques de furioso impulso motivado por los celos. El admirador de lujo aseguraba que describiendo el mar nadie lo había superado. Las aguas y los bosques son objeto de quirúrgicas y fabulosas descripciones en este autor enorme que pasaba todos sus veranos en Blanes que es realmente la frontera sur del Empordà y aunque discutido todavía hoy sigue siendo considerado el límite más meridional de este país dentro del país y en él su autor, el más destacado en el tiempo. Considerado el más grande prosista catalán «de ayer y de hoy» por el omnipresente que aseguraba que «la meva admiració és forta», «l’obra de Ruyra em produeix una gran enveja». Unamuno también lo admiró pero aseguraba que sus descripciones eran «estáticas y demasiado acabadas». Su fiel seguidor, e imitador en gran parte de contenidos y a quien prácticamente le debe su propio estilo, aseguraba que en todas las literaturas del mundo triunfa la de imaginación «que és la més fàcil», sobre la literatura de observación «que és la difícil». Con esta idea defendida a capa y espada desde el principio y hasta el final de su carrera, con la misma seguridad que ha sostenido siempre, con certeza, que el amor nace siempre de la atracción física, y que a la larga puede llegar el resto si es que se tercia, aspecto que terminó de ajustar y no hace mucho Z. Bauman en su Amor líquido. Y sí, desde luego que sí, otra vez, no lo duden; claro, es el incansable Josep Pla que se lo debe casi todo al autor de Blanes. Les aseguro que es una de las mejores opciones donde volver cada verano, si les fascinó Aigua de mar del autor de Palafrugell prueben ahora con nuestro protagonista de hoy y su Pinya de rosa, no les va a decepcionar, se lo aseguro. Les va a terminar confirmando que la llamada Costa Brava existía ya mucho antes del Big Bang del universo planiano.

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