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Feixina

Desde el siglo XX | Los jueces asumen los valores de la dictadura franquista

El TSJB adquiere querencias preocupantes: avala el abusivo toque de queda e impide el derribo del pedrusco fascista de Sa Feixina

E s probable (poca fe cabe tener en el Tribunal Supremo y el Constitucional, ampliamente dominados por sectores ultraderechistas de la Judicatura), que tengan que ser los tribunales europeos los que decidan, como en el caso de los presos independentistas catalanes, si el Ayuntamiento de Palma puede proceder al derribo del monolito fascista de Sa Feixina, que recuerda, por si todavía se ignora, al crucero Baleares, que en el transcurso de la Guerra de España, antes de ser hundido, bombardeó, junto a navíos de la escuadra fascista italiana de Benito Mussolini, a civiles indefensos en la carretera de Málaga a Almería, la que se ha conocido desde entonces como «carretera de la muerte». Primero fue un juez de lo Contencioso, de acrisolados antecedentes familiares franquistas, los Mariscal de Gante (dos de sus ancestros presidieron el ominoso Tribunal de Orden Público de la dictadura), para después ser el TSJB quien sentencie que el pedrusco no puede ser demolido: al existir disparidad de criterios debe prevalecer su conservación. Cómo entender cuál es la potestad con la que se revisten los jueces para impedir que ayuntamientos españoles eliminen de sus callejeros nombres vinculados al franquismo; en lo que nos ocupa que bloqueen al Gobierno de la ciudad de Palma, salido de las urnas, que no se olvide, el derribo de un vestigio de lo peor de nuestra historia. No se entiende o se comprende demasiado bien. Decir, como hace el TSJB, que el monolito había sido despojado de sus atributos franquistas es mala fe: en Sa Feixina sigue desafiante el ignominioso pedrusco. Es por algo que los de Vox celebran allí sus más celebrados actos políticos. Causa consternación que el PP se haya apresurado, qué endiablada rapidez la suya, a pedir la catalogación del «monumento». El cordón umbilical no se ha cortado.

En ese desgraciado asunto merecen mención especialísima, recordatorio insoslayable, primero la alcaldesa socialista Aina Calvo, que pretendió solventar la cuestión despojando al pedrusco de lo que llamativamente recordaba a la dictadura. Calvo (prescindibles sus cuatro años en la Alcaldía, como prescindible su permanencia en la delegación del Gobierno, prescindible fue su ridícula pretensión de ocupar la secretaria general del PSOE balear) ofendió a quienes nunca creyeron que dirigente de la izquierda perpetrara tanta desidia. Y, cómo no, la actuación de Arca, que presentó las demandas judicializando la cuestión, evitando que la derecha exhibiera sus querencias. Empecinada, la organización supuestamente conservacionista se felicita del resultado que han ofrecido los tribunales. Su descenso a los infiernos queda reseñado.

El pedrusco permanece, explicando las carencias de lo que aconteció en España en el período de la Transición. Lo que es imposible en Alemania e Italia, lo es aquí, como en Rusia: en sus ciudades siguen firmes monumentos en memoria de dos genocidas, Lenin y Stalin, protagonistas de la Revolución de Octubre de 1917, de la instauración del longevo totalitarismo comunista que contribuyó decisivamente a ensangrentar el siglo XX. Han sido eliminados, lo fueron después de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, cualquier recuerdo de Hitler y Mussolini. El general Franco ganó la Guerra Civil. No hay dios que logre que las derechas, políticas, judiciales, sociales, culminen el desenganche del peor asesino que han alumbrado las Españas en más de dos siglos. No se atisba renuncia a herencia tan nauseabunda, aunque sea a beneficio de inventario. La batalla frontal que mantienen contra la futura Ley de Memoria Histórica es prueba de que la llamada memoria compartida, existente entre derecha e izquierda en Alemania, no es todavía posible. Vox no oculta su fervor franquista, lo airea. PP lo camufla afirmando que es el pasado que a nadie interesa. Por ello el pedrusco sigue enlodando la fisonomía de Palma.

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