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Fernando Toll-Messía

La pandemia y la crisis del capitalismo

Si hay un evento que cíclicamente haya sido un imán para las protestas sociales, este ha sido el Foro de Davos. En él, los máximos dirigentes del planeta y los CEO de las grandes corporaciones internacionales impulsan un radical neoliberalismo que aboga por que la gobernanza mundial resida en las corporaciones, con los gobiernos de comparsa. Democracias tuteladas por las multinacionales que marcan la agenda política. Lo dijo Margaret Thatcher: there is no alternative. O TINA, en su acrónimo inglés.

Las corporaciones también tutelan bancos centrales, al Fondo Monetario Internacional, a la Organización Mundial del Comercio y, lo que es más importante, a las Agencias Calificadoras de Riesgos. Pero la pandemia de 2020 evidencia los remiendos de esta suerte estúpida de capitalismo. Porque si los gobiernos están regidos por las leyes del mercado, es obvio que los sistemas sanitarios, dependientes de los gobiernos, están lejos de ser dispositivos capaces de asegurar la salud pública.

La crisis del 2020 actúa a la inversa que la del 2008. Porque comienza en las grandes empresas que no pueden afrontar su financiación y después se extiende a los bancos. La obtusa obsesión auspiciada por Davos y las corporaciones por beneficios a corto plazo deslocalizaron la industria y la producción a China por su barata mano de obra. La consecuencia es que todo lo que necesitábamos para luchar contra la pandemia estaba en China: mascarillas, EPI, respiradores, etc. Una responsabilidad de los gobiernos occidentales en su conjunto por no haber auspiciado políticas proteccionistas continentales.

Davos, lógicamente, carecía de sensibilidad medioambiental. Porque se considera progre y anticapitalista. Otro de los tópicos estúpidos del pensamiento imperante de los ciento cuarenta caracteres. No obstante, los especialistas con cierto nivel intelectual (incluyendo a Bill Gates, que ya avisaba desde Davos) advertían que la creciente destrucción del hábitat de las especies silvestres y el proceso de industrialización de actividades agropecuarias conducirían a la irradiación de bacterias y la expansión de enfermedades derivadas del quebranto de la biodiversidad. La deforestación multiplicaría la transmisión de virus por el creciente contacto de los seres humanos con animales encerrados.

Los precedentes lo advirtieron: los dos brotes del Ébola (2013-2016 en África occidental y 2018 en la República Democrática del Congo) estallaron cuando la expansión de nuevas industrias de productos primarios desplazó a las poblaciones originarias de los bosques, afectando a los ecosistemas locales. Todo lo que he leído de estudiosos del tema concluye en que las grandes corporaciones agroalimentarias impulsaron un modelo de industrialización ganadera al gusto de las empresas multinacionales, que a su vez impusieron la reducción de inspecciones sanitarias en detrimento de la salud pública. Una bomba con espoleta de retardo.

Hasta que la última reunión del 25 y el 29 de enero de 2021 de Davos en Suiza me produjo un déjà vu a lo Carlos Jesús y su Ganímedes o lo de Escarrer riñendo a Francina por imponer mascarillas para, unos meses después –el tiempo que ha tardado en entenderlo–, reclamar ayudas y fondos europeos.

Las conclusiones del último Davos parecen esperanzadoras. Pero no lo son. Ven las cosas tan mal que Emmanuel Macron ha dicho lo siguiente: «Saldremos de esta pandemia sólo con una economía que piense más en las desigualdades»; «en el modelo capitalista, la economía abierta no puede funcionar»; «el capitalismo ha garantizado hasta ahora el crecimiento, pero al precio de la desigualdad». Ahora abogan por «el gran reseteo del capitalismo».

«Un aspecto positivo de la pandemia es que nos ha enseñado que podemos introducir cambios radicales en nuestro estilo de vida con gran rapidez. Los ciudadanos han demostrado con creces que están dispuestos a hacer sacrificios por el bien de la atención sanitaria y otros trabajadores esenciales y grupos de población vulnerables, como los ancianos. Es evidente que existe una voluntad de construir una sociedad mejor y debemos aprovecharla para garantizar el Gran Reinicio que necesitamos con tanta urgencia», señala uno de los párrafos de la Agenda de Davos 2021.

Como resultado, «a partir de 2021, la forma de viajar de las clases medias debe cambiar rotundamente» y «los viajes en avión se van a reducir a más de la mitad en estos próximos años. «Los aviones contaminan mucho». Han acuñado la expresión de «capitalismo entre partes» o «capitalismo inclusivo».

Marck Benioff, CEO de la compañía Salforces, hace examen de conciencia y concluye que el capitalismo, el que se ha practicado en las últimas décadas, con su obsesión en la maximización de beneficios para los accionistas, ha dado lugar a una desigualdad horrible. Añade que es hora de un nuevo capitalismo más justo, un capitalismo equitativo y sostenible que realmente funcione para todos y donde las empresas, incluidas las tecnológicas, no solo tomen de la sociedad, sino que realmente devuelvan y tengan un impacto positivo.

De lo anterior y de lo que estamos viendo a diario parece deducirse una nueva responsabilidad reputacional de los estados, un rol más importante, más allá de buscar financiación europea para capear el desastre. Ejercer efectivamente su papel de garante de los intereses públicos y, consecuentemente, de un menor protagonismo de las corporaciones y los fondos de inversión. ¿Un sueño o un ejercicio de cinismo lampedusiano?

Tancredi, sobrino del príncipe Salina, protagonista de la novela El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, adaptada al cine por Visconti, partidario de la revolución de Garibaldi en contra de los intereses de su tío, le dice que «es preciso que todo cambie para que todo siga igual».

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