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Mercè  Marrero

Nacida para triunfar: mi nombre es Ursula

Los nombres marcan el carácter y la percepción que los otros tienen de nosotros. O, al menos, esa es mi teoría. Si te llamas Ursula von der Leyen, el éxito está asegurado. Querida, vas a volar muy alto.

Tengo la teoría de que los nombres marcan el carácter y la percepción que el resto tiene de nosotros. Si te llamas Ursula von der Leyen, lo mínimo que puede esperarse de ti es que llegues a ser presidenta de la Comisión Europea. La combinación de nombre y apellido derrocha sofisticación. «And the Oscar goes to… Ursula von der Leyen», «La vacuna ha sido patentada por los laboratorios Von der Leyen» o «El Premio Nobel de Economía es para la susodicha por sus investigaciones relacionadas con la cuántica en las tablas dinámicas». Da igual lo que digas. El éxito está asegurado. Con Barack Obama pasa algo parecido. Alguien llamado así solo puede triunfar. Y derrochar sex appeal y testosterona, también. No me pasa lo mismo con Donald Trump o con Boris Johnson. Tuve un compañero de clase que era un abusón y que bien podría haberse llamado Donald. En cuanto al segundo, solo puedo decir que sería una buena marca de bebida alcohólica de dudosa calidad: «Voy a tomarme ocho borisjohnson para olvidar este 2020».

Los progenitores tenemos cierta responsabilidad a la hora de asignar nombres. En la década de los 90, mis primos pequeños compartían curso con un niño llamado Terminator. Sí, han leído bien. El cura se negó a bautizarle y los progenitores, con tal de que el bebé abrazase el catolicismo, le añadieron el complemento ‘de Jesús’. Y así fue como la devoción por Arnold Schwarzenegger logró fastidiar el futuro de un niño inocente. Llamarse Angustias ha de condicionar el estado emocional de su portadora. Igual que llamarse Luz o Milagros. Personalmente, me gusta que el carácter de la persona dote de contenido al nombre y no a la inversa. Por eso, me decanto por la sencillez y simplicidad. Soy una clasicona. Cuando tenía 17 años, mi profesor de Filosofía me llamó Merche y me pidió opinión sobre los socráticos. Le rogué que jamás volviera a llamarme así. Ese diminutivo creaba unas expectativas sobre mí que jamás podría llegar a cumplir. Merche es una mujer mucho más rumbosa, lanzada y graciosa de lo que yo podré ser jamás.

Mi amiga Mar, bonito nombre y preciosa persona, considera que debería haberse llamado Betty. Por la serie Betty, la fea. Dice ella que ha nacido para que todo le cueste mucho. Suscribo totalmente su afirmación. Hay personas que bordan un texto en media hora y otras pueden pasar media jornada dándole vueltas a una construcción gramatical mediocre. Las hay que se ponen una sudadera raída y están estupendas y otras, se pongan lo que se pongan, siempre parecen estar fuera de contexto. Hay mujeres que entran en un bar (qué tiempos aquellos) y ligan nada más chasquear los dedos y otras deben desplegar todas sus habilidades estratégicas para que les dediquen una mirada. Me enamoré de un cinéfilo y admirador de Akira Kurosawa, que no me hacía ni caso. Para despertar su interés, vi parte de la filmografía del director japonés en solo dos días. El objetivo era seducirle con una rica conversación sobre planos secuencia y la sociedad japonesa de siglos pretéritos. Lo logré, pero me costó sangre y sudor, además de dejarme la pasta en el videoclub. Si me hubiera llamado Ursula, todo habría salido redondo a la primera, pero no habría aprendido nada de cine.

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