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Mientras dure la pandemia

Este Govern ha dictado normas a mi juicio razonables y que obedecían a la excepcionalidad de la situación sanitaria

Una de las mejores películas que he visto últimamente es sin duda Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar. Recuerdo que al salir de la Sala Rívoli, el local en la que se proyectaba, hubo disparidad de opiniones: desde el entusiasmo incondicional –entre los que se encontraba un servidor– hasta la frialdad y la reserva de algunas de las personas que me acompañaban, opiniones en todo caso absolutamente respetables. Como cualquier espectador que la haya visto sabe, la cinta narra el proceso a través del cual Miguel de Unamuno apoya inicialmente el sublevamiento de las tropas del general Franco hasta la famosa escena del paraninfo de la Universidad de Salamanca, en la que un decepcionado y confuso Unamuno pronunció la famosa frase: “Venceréis, pero no convenceréis”. 

No hace mucho, y a raíz de algunas reacciones ciudadanas contrarias a la gestión del Govern en relación a determinadas medidas adoptadas para tratar de mitigar el avance indiscutible de la covid-19, este tema salió a colación a la hora del café con algunos compañeros de oficina. Salvando las distancias, los paralelismos con algunos de los episodios de la Guerra Civil resultaban como mínimo significativos: grupos de personas que, invocando la libertad y la supuesta conculcación de derechos fundamentales, se manifiestan contra el uso obligatorio de la mascarilla o el establecimiento de la distancia recomendable para evitar el contagio y hablan abiertamente de “rebelión”. Por no mencionar determinadas actitudes que, ante cualquier atisbo de orden o necesaria vigilancia para evitar nuevos brotes, califican esos comportamientos de totalitarios y cercanos al fascismo, entre otras lindezas. Es decir, el mundo al revés. Yo no sé a ustedes, pero a mí me cuesta mucho imaginar esa libertad de la que hablan con picos de personas contagiadas en todo el mundo –estamos a punto de alcanzar el millón, oficialmente– y que parece ser que es el precio que debemos pagar para que se recupere la economía y todo vuelva a ser, más o menos, como antes.

Y sin embargo son muchas las voces que, asediadas por la desesperanza y la precariedad laboral, se aferran a ese discurso de falsa libertad como a un clavo ardiendo. Algo parecido debió de sentir el bueno de Unamuno cuando decidió apoyar el golpe militar del general Franco y sus allegados. Tal vez ingenuamente, como después se demostró, optó por abrazar la causa de los sublevados para tratar de restablecer el orden y la democracia en los que honestamente creía. Pero resultó que los sublevados, empezando por el tímido y apocado Francisco Franco, no eran tan honestos ni rectos como suponía. Y es que el Gobierno de la República –completamente legítimo, nadie lo pone en duda– no era en aquellos difíciles momentos un modelo de consenso y unidad, sino más bien todo lo contrario. No lo digo yo, lo dicen las hemerotecas y los testimonios de quienes vivieron uno de los períodos más convulsos de la historia de nuestro país y que desembocó en cuarenta años de ominosa y obscura dictadura.

Es posible que el Govern haya cometido errores, en la gestión de la pandemia. Tal vez haya faltado previsión, especialmente a partir del momento en que Alemania e Inglaterra prohibieron a sus ciudadanos que viajasen a las islas. De un día para otro, éstas dejaron de ser un lugar seguro para convertirse en un foco más de contagio, con cifras que no han parado de crecer durante las últimas semanas. Me pregunto en todo caso si otro gobierno lo hubiera hecho mejor. La solución, a priori, era sencilla: volver a cerrar a cal y canto las entradas y salidas de nuestros puertos y aeropuertos a fin de aislar el virus, una medida que en primera instancia se demostró tan acertada como eficaz. Eso hubiera sido lo más fácil. Pero no hace falta ser ningún lince para adivinar que esa medida hubiera provocado aún más indignación y descontento entre las numerosas familias que viven pendientes de un ERTE y que no saben qué pasará en un futuro más o menos inmediato.

Tal vez nos ha faltado disciplina, que también. Este Govern ha dictado normas a mi juicio razonables y que obedecían a la excepcionalidad de la situación sanitaria. Pero como sucede en otros ámbitos –léase seguridad ciudadana, vandalismo, caos circulatorio– son muchos –demasiados– los ciudadanos que se ponen estas normas por montera. Lo peor de todo es que hay quién ve en esas actitudes una forma de rebelión ante lo establecido, de la cual algunas de las opciones políticas que nos gobiernan son cómplices. La simple vigilancia o la presencia policial en las calles son a ojos de estos “antisistema” sinónimos de represión o aproximaciones al fascismo más totalitario. Para ponerse a llorar, si no fuera porque tot plegat es francamente preocupante. 

Mientras tanto, en el otro extremo, grupos de personas cada vez más numerosos corean consignas antimascarilla o abominan de las medidas “salvajes” del Govern en materia de seguridad y cierre de playas, discotecas y locales de ocio nocturno. Casualmente, algunos de ellos portan banderas preconstitucionales mientras claman libertad y otras lindezas. Me pregunto qué diablos tendrá que ver todo eso con la pandemia. Será que soy un poco como Unamuno, qué quieren que les diga. Deseo y espero, no obstante, que pronto salga un remedio contra esta pesadilla. De lo contrario no quiero ni pensar en la posibilidad de que algún iluminado, de uno u otro signo, fantasee con firmar un decreto cualquiera y gobernar “mientras dure la pandemia” y más allá, nunca se sabe.

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