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La UE se juega hoy su futuro

Parece que nos hemos equivocado quienes pensábamos de buena fe que Europa ya no era la misma que la de 2008, que la Unión Europea había recapacitado y comprendido que la disciplina con que inevitablemente debe gestionarse un ente confederal (de momento) que se ha dotado de una moneda única (un claro ensayo federal) no podía convertirse en el abuso de las políticas de austeridad que incrementaran irrazonablemente las tasas de pobreza, destruyesen a las clases medias y generaran un rechazo imaginable en la ciudadanía hacia cuanto es y significa Bruselas.

Lo cierto es que en la UE hay un movimiento general de comprensión a raíz del drama del coronavirus, que, al margen de las políticas expansivas del BCE, se ha plasmado en un proyecto francoalemán que consiste en destinar a la reconstrucción 750.000 millones de euros, 500.000 de los cuales serían subvenciones sin retorno y el resto créditos a bajo interés. El plan no tiene precedentes, y esos 500.000 millones se obtendrían de los recursos presupuestarios de la UE, cuyo presupuesto sería incrementado puntualmente acudiendo a los mercados. Tales subvenciones no tendrían otra condicionalidad que su destino a los fines predestinados y, lógicamente, la aceptación de las reglas básicas de los Tratados.

Pues bien: el primer jarro de agua fría nos llegó con el fracaso de Nadia Calviño en la elección a presidenta del Eurogrupo. Tras el brexit, los países 'frugales' encabezados por Holanda (los otros son Suecia, Austria y Dinamarca) y otros de pequeño tamaño han creído necesario apropiarse del papel que adoptaba Londres, partidario del librecambismo, de la desregulación y del ultraliberalismo, y con el actual sistema de gobernanza que otorga a cada país un voto —vale lo mismo el voto de Malta que el de Alemania—, consiguieron echar abajo una candidatura que tenía detrás a más del 80% del PIB y de la población europeos.

Alemania y Francia ya tienen experiencia en estas lides: como se recordará, en 2018 Merkel y Macron plantearon la culminación de la unión bancaria y la creación de un presupuesto para la eurozona€ Y ambos designios fueron convenientemente aparcados por la oposición de los frugales y de otros países que, como Irlanda y Luxemburgo, hacen un pingüe negocio con el dumping fiscal.

Este pasado lunes, Sánchez acudió a La Haya a entrevistarse con Mark Rutte, el primer ministro holandés, con quien el español tiene al parecer amistad personal. Pero no hubo árnica para las peticiones españolas: Con buenas palabras, el líder holandés comparte la necesidad de salir de la crisis unidos, en el sentido de proyecto político comunitario, pero mantiene los matices de la solidaridad financiera que explican la etiqueta de "frugal": insiste en que apoyará el plan de recuperación europeo siempre que las ayudas sean en concepto de subvenciones y con reformas nacionales. Y recomendó a Sánchez de que persuada al Parlamento español de que esta condicionalidad es inevitable si se desean realmente las ayudas europeas. Más tarde, Sánchez visitó a Merkel, que le dio buenas palabras, y al primer ministro sueco Löfvden, quien no se alejó de las tesis de Rutte.

El asunto no es en absoluto banal porque de cómo se proporcionen tales ayudas, dependerá la posición de España (y de Italia) tras la pandemia. España ha acumulado una deuda externa de más del 95% del PIB y si se le conceden préstamos para la reconstrucción, se disparará a cantidades inmanejables que lastrarán nuestro futuro. Además, lo sucedido en nuestros países es una desgracia natural, por lo que es lícito solicitar la solidaridad de las instituciones comunes, como se hubiera tratado de un terremoto o de un naufragio.

La Unión Europea no está todavía completamente consolidada y si la sociedad europea no percibe de una vez que la pertenencia a la Unión tiene sentido porque nos proporciona ventajas objetivas y economías de escala productivas, el euroescepticismo puede terminar haciendo estragos. No es de recibo que Calviño haya sido derrotada por el representante de un país, Irlanda, que se ha convertido en un verdadero paraíso fiscal para atraer a las grandes multinacionales, en perjuicio del resto de sus socios comunitarios.

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