Echando una mirada al comportamiento de la llamada opinión pública de los últimos años pareciera estar acelerando su volatilidad e impredictibilidad. Pese a que no es un fenómeno nuevo, sin duda las nuevas tecnologías de la comunicación echan gasolina al fuego.

Un primer ejemplo, los vaivenes de la popularidad de Trump en USA. Pese al marcado derrumbe de popularidad del último par de meses, pocos analistas serios se atreven a hacer predicciones a solo cinco meses de las elecciones.

Otro ejemplo, hace unas pocas semanas el director de cine Spike Lee, declaró el apoyo a su "amigo" Woody Allen a quien pese al acoso jurídico y mediático a que fue sometido durante años, todos los peritajes e investigaciones han declarado inocente. No transcurrió más de una semana para que el mismo Spike Lee pidiera perdón y se arrepintiera públicamente ante una oleada de críticas de las redes que podrían comprometer la rentabilidad de sus películas. Negocios son negocios y "el cliente siempre tiene razón"

Otro ejemplo desopilante, el de los terraplanistas, los seguidores de la teoría de que la tierra es plana, que en febrero de este año congregaron en Madrid a 550 personas.

También los llamados anti-vacunas han logrado tal cantidad de adeptos que según epidemiólogos ya representan un peligro, no solo para sus hijos sino por el riesgo sanitario del rebrote del sarampión.

Y no podía faltar el Covid 19. Hace pocos días un médico de Formentera, que ha sido expedientado por el Colegio de Médicos, logró una rápida difusión en los medios de todo el país negando la existencia de la pandemia que ya ha dejado casi medio millón de muertos apoyándose en teorías conspirativas.

Recientemente La Vanguardia publicó un artículo con el título Las ideas de Bosé puesto que Miguel Bosé, el popular cantante, es uno de los que se han embarcado en una cruzada para propagar la teoría conspirativa que pone a Bill Gates como el diablo detrás de la crisis actual.

Pese al esfuerzo del Ministerio de Salud por legislar sobre las prácticas médicas que carecen de validación científica llamadas pseudociencias, miles de consumidores engrosan un próspero mercado de productos medicinales y terapias aunque carezcan de respaldo experimental.

Estos pocos ejemplos demuestran que los fenómenos de masas pueden arrastrar el pensamiento de multitudes con independencia de cualquier racionalidad que los legitime.

Se trata de un poderoso y enigmático fenómeno por el que ciertas ideas y los sentimientos asociados pueden propagarse como un incendio en un bosque seco arrastrando a miles a la irracionalidad y a comportamientos demenciales en los que la lógica y la ética pierden toda importancia. Un ingrediente habitual es el estado de enamoramiento hipnótico hacia ciertos líderes tan eficaces como el del cuento del Flautista de Hamelín que con el carisma de su flauta liberó al pueblo de la plaga de ratas que lo siguieron al río, aunque luego para cobrarse la deuda hizo lo mismo con todos los niños.

Uno de los pioneros en la investigación de este fenómeno fue Gustave Le Bon, un sociólogo y físico francés que en 1895 publicó Psicología de las masas explicando el efecto contagio en el comportamiento entre los individuos que se limitan a repetirlo sin cuestionarse nada. Según Le Bon la influencia repercute en cualquier aspecto de la vida ya sea política, religión, sociedad, economía o moda. Por este fenómeno una persona que forma parte de una masa deja de ser independiente, es más, se subordina al grupo al que pertenece sacrificando su identidad y autonomía.

Como sabemos una tormenta perfecta es aquella en que convergen varios factores que por sí solos no tienen consecuencias pero en simultaneidad pueden producir efectos dramáticos.

En la lucha contra la pandemia actual las autoridades sanitarias y el gobierno puede que tengan aciertos y desaciertos ya que enfrentan un patógeno desconocido, pero en ningún lugar del mundo han hecho milagros. Para ejemplo el fracaso del modelo sueco de control que intentó un camino racional o Reino Unido con una de las tasas de exceso de mortandad por habitante más altas pese al nivel de epidemiología científica de ese país.

Pero la desesperación y la frustración son un caldo perfecto para que las más disparatadas opiniones y teorías conspirativas se propaguen debido a la frágil racionalidad de la opinión pública.

La ilustración perfecta de este fenómeno la tenemos en el clásico cuento infantil del danés Andersen llamado El traje del emperador o El rey desnudo en que nadie se atreve a disentir con la opinión de que el rey va bien ataviado mientras desfila como Dios lo trajo al mundo hasta que un niño rompe el engaño diciendo "Pero si el Rey va desnudo!"

Ante la proliferación de disparates, f ake news e iluminados que intentan difundir sus teorías es de esperar que haya quienes se animen a decir que el rey va desnudo.

*Psicólogo clínico