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Antonio Tarabini

Entrebancs

Antonio Tarabini

Diálogos de besugos: oímos pero no escuchamos

Amigo lector y amiga lectora: le voy a pedir un favor. Aunque es posible que el contenido de estas líneas no resulte de su interés, le ruego que empiece este artículo hasta el final, intente sólo leerlo. No atienda a las vibraciones de su móvil, a los sonidos que nos rodean y a las interrupciones constantes. Posiblemente le sea difícil; a mí me lo resulta. Si oigo vibrar mi teléfono, por muy interesante que fuera lo que estaba leyendo, lo abandono y acudo a mi smartphone. Lo primero es lo primero. En los últimos tiempos hemos normalizado una vida de interrupciones constantes, de estímulos continuos, que hacen huir a nuestra concentración. Pero hay más. Con el paso de los años, mi legendario despiste adquiere una intensidad preocupante. Cada mañana, antes de salir hacia el curro, recojo mis enseres: mis audífonos, mi gafas, mi cartera, mi monedero, mi bolsa, mi móvil? Pero con excesiva frecuencia, un día y otro también, algún enser me dejo. Pero sólo si coincide con mi smartphone, que tiende a ocurrir con relativa frecuencia, desaparco el coche y regreso a casa a recogerlo. El único consuelo es que según mis compañeros de curro, no se si me lo dicen para consolarme, es muy normal mi despiste y cariño hacia mi móvil En España hay 116 líneas móviles por cada cien habitantes.

Continué mi investigación, y me pregunté: ¿también hemos sacrificado la conversación por el smartphone? Pruebas no faltan. Es relativamente normal que un día festivo, cuando los críos no tienen cole, vayamos toda la familia a comer fuera de casa. No resulta extraño que, mientras esperan el plato, padre, madre, hijos de cualquier edad y condición todos y todas estemos morreados al móvil practicando con nuestros ágiles dedillos en busca del juego de moda y/o de la última noticia o el penúltimo rumor. Vayamos a un bar de moda (o no) donde acuden parejas y/o grupos de amigos a tomar una birra o similar. La mayoría siguen amarrados a su último smartphone de moda. Suma y sigue.

Por avatares del destino cayó en mis manos un libro de Sherry Turkle, una especialista en la interacción entre las nuevas tecnologías y el ser humano. No está en contra de la tecnología, sino a favor de la conversación. Analiza las desastrosas consecuencias de la pérdida de la conversación que hemos experimentado en los últimos años, que hace peligrar lo que nos define como seres humanos. Desarrolla una cautivadora apología del valor fundamental de las conversaciones cara a cara en todos los ámbitos de nuestra vida y una llamada a recuperar el terreno perdido. Nunca un mensaje textual, por muchos emoticonos que contenga, podrá sustituir la capacidad de empatía que contiene la conversación, del tú a tú, de los ojos mirando a otros ojos y del lenguaje no verbal. Existe hoy una imperiosa necesidad de volver a recuperar entre nosotros, y para nosotros, la capacidad de la concentración profunda y el arte de la conversación, el arte del escuchar tranquila y sosegadamente a quien no piensa como uno. Para eso, claro está, precisamos tiempo, reposo y, quizá, una buena cerveza delante.

Sigo avanzando. A pesar de mis orejas relativamente grandes, mi capacidad de oír iba disminuyendo. Y he tenido que acudir al uso de un audífono. Oigo mucho mejor, pero no siempre escucho. Escuchar hace referencia a prestar atención a lo que se oye. La acción de escuchar es totalmente voluntaria y debe haber una intención por parte del sujeto. Escuchar activamente es comprender por parte del receptor lo que el emisor está trasmitiendo. Ejecutar esta acción da pie a preguntar, participar y a integrarse dentro de la conversación o de la acción en sí misma. El saber escuchar, es decir, prestar atención más allá de solamente percibir palabras y sonidos, es la habilidad más importante que puede uno aprender para ser más efectivo y sostener relaciones estrechas y significativas. Escuchar implica empatía y simpatía.

Y aparecen las redes. Nacieron como un instrumento para conectar con amigos y compartir ideas. Paliaban el supuesto aislamiento que generaba Internet. Se convirtieron en una fuerza democratizadora. Parecían una herramienta perfecta para el cambio social, empoderaban al ciudadano. "Daban voz a los que no tenían voz". Pero la percepción que tenemos de las redes han mutado -apostaron por los algoritmos, delegaron en la máquina-. El usuario de una plataforma no ve todo lo que publican sus amigos. Ve lo que la máquina elige. Hemos pasado de un Internet al que se accedía mediante ordenadores, en los que uno buscaba, exploraba, a uno al que se llega mediante aplicaciones instaladas en el móvil. Algo que sucede, sobre todo, con toda una generación de jóvenes que viven dentro de su teléfono.

Si han tenido el humor de haber leído hasta aquí, no se inquieten. No he pretendido trasmitirles trasnochadas nostalgias del pasado; únicamente compartir la capacidad de análisis, de escucha, de conversación, de curiosidad, de duda, de empatía, de simpatía?

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