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Antonio Papell

Estalla el independentismo

El pasado 20 de diciembre, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) condenó al presidente de la Generalitat, Quim Torra, a un año y medio de inhabilitación —además de una multa de 30.000 euros y el pago de las costas del proceso— por un delito de desobediencia. Torra se había negado a cumplir la orden de la Junta Electoral Central (JEC) de retirar, en plena campaña electoral, pancartas a favor de los políticos presos del balcón del Palau de la Generalitat. Torra recurrió la sanción ante el Tribunal Supremo, aunque expresó su "nula" confianza en la justicia española. A consecuencia de aquella condena, y tras las resoluciones de la Junta Electoral Central y del Supremo, que todavía no ha dictaminado sobre el fondo del asunto, Torra perdió el pasado lunes su condición de diputado. Y ello a pesar de que la sentencia sigue sin ser firme, lo que parece chocar con el artículo 24 de la Constitución, que preserva el derecho a la presunción de inocencia, que sólo se quebraría mediante la referida firmeza. Tanto ERC como JxCat coincidían en que Torra seguía siendo presidente de la Generalitat porque, aunque solo pueden alcanzar esta dignidad los diputados del Parlament, en ningún lugar está escrito que el cargo se pierda si se deja de ser diputado; sin embargo, ni Torra ni su partido aceptaron la pérdida del escaño, que ya no era controvertible tras la decisión del Supremo. La junta de portavoces aprobó ellunes la sustitución de Torra, y la negativa de Torrent a vulnerar la ley no fue aceptada por los posconvergentes, que se negaron desde aquel momento a participar en las votaciones y bloquearon la cámara.

Lo ocurrido ha supuesto la voladura del independentismo unitario y la ruptura definitiva entre ERC y JxCat, que gobiernan juntos, y por lo tanto abre paso a unas nuevas elecciones, que serían el resultado lógico del pleno interrumpido el lunes, que se reanudará el 5 de febrero. Porque, de hecho, lo sucedido no es fruto del azar: JxCat ha querido poner entre la espada y la pared a la formación de Junqueras para tratar de abortar in extremis la decisión de esta de abrir la vía de negociación con el Estado. La palabra 'traición', tan demoledora en los círculos nacionalistas, está en el ambiente.

De hecho, tras su desobediencia, Torra ha hecho alarde (verbal hasta el lunes) de no acatar las decisiones de las Juntas Electorales, ni del Tribunal Supremo. Correligionarios suyos han recurrido asimismo a la retórica de la confrontación, y han apelado al patriotismo de los militantes de ERC para buscar su solidaridad en esa ruptura ambigua que proponían€ Para entonces, ERC ya había hecho su opción cuando decidió apoyar la investidura de Sánchez con el propósito de explorar una solución negociada al conflicto catalán. Con lo que el choque de trenes resultaba inevitable, ya que Torra no parece dispuesto a ceder y Puigdemont no puede siquiera intentarlo si no pasa antes por el mal trago penal que sus compañeros de correrías ya han experimentado. En definitiva, aunque con temerosa prudencia -en la Cataluña actual, el improperio con el que se acusa de antipatriótico a algún sector o individuo nacionalista es muy temible todavía—, ERC está dispuesta a desmarcarse de los conmilitones de Pujol, Puigdemont y Torra, con quienes únicamente los vincula el vector soberanista.

La ruptura obligará pues a los catalanes a elegir entre los dos caminos divergentes. De momento, según las encuestas, una clara mayoría daría la victoria a ERC, cuyo líder está en prisión y que ha apoyado al gobierno presidido por Sánchez con la condición de encauzar el conflicto hacia una solución política y negociada. Frente a esta opción está la posconvergente, que es, sigue siendo, de desplante al Estado, reto al Supremo, ruptura unilateral y conflicto permanente, quién sabe de qué alcance y envergadura. Los partidarios de esta segunda vía ya han advertido de que su propuesta encierra un viaje doloroso, que a algunos nos parece además completamente estéril porque no conseguirán su objetivo. Entre otras razones, porque no disponen de masa crítica suficiente para que su obstinación tenga posibilidades de prosperar.

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