Un 18 de octubre de hace 85 años (1934), Franco había logrado aplastar en Asturias a sangre y fuego la revolución social, iniciando su carrera como gran represor interior. Once días antes, en Cataluña el nacionalismo se había rendido a las pocas horas de proclamar el Estat Català, al segundo cañonazo del general Batet. Hoy la familia Franco lucha por poder trasladar los despojos del dictador envueltos en su bandera, y no en la constitucional; en una declinante Asturias se celebran los actos de signo cultural y social más importantes del mundo hispánico, y en Cataluña los disturbios y una huelga general enturbian la imagen del territorio más próspero de España. ¿Hay modo de tejer algo con esos tres hilos? Quizá que el empeño de un pueblo en repetirse a toda costa, mientras todo cambia, retribuye el narcisismo al mirarse al espejo, pero no contribuye a su felicidad.