Las dramáticas escenas vividas esta semana con los migrantes a bordo del Open Arms abandonados a la solidaridad de la ONG del mismo nombre hasta que un fiscal italiano ordenó su desembarco inmediato en Lampedusa, deben llamar seriamente a la reflexión. No solo eso, implican por necesidad el cambio radical de las políticas de trato y acogida a los refugiados. Quienes se ven obligados a abandonar su propia tierra, sea por la causa que sea, no deben seguir siendo objeto de mercantilismo institucional, maniobras políticas o víctimas de la falta de sensibilidad humana más elemental.

Europa no puede demorar más la puesta en práctica de unos sistemas de acogida, compartidos entre todos los estados, para unos migrantes -unas personas habitantes del mundo igual que las del viejo continente- que van a seguir llegando. Debe hacerlo salvaguardándose de las mafias, pero también modificando unos protocolos de actuación que se demuestran rígidos, insensibles, burocráticos y hasta incompatibles con las normas internacionales de salvamento marítimo.

El asunto es complejo y tiene todos los componentes para ir en aumento. Por eso mismo necesita respuestas válidas con la acogida y el respeto a las personas. También está claro, como se ha visto esta semana con los golpes de timón a los que se ha visto sometido el Open Arms, que afecta de lleno a Balears. Mientras el Govern preparaba polideportivos y el Seminari Nou para acoger a los rescatados por el barco, seguían arribando pateras a distintos puntos del archipiélago. No se puede decir que haya rutas establecidas hacia Balears, pero el goteo de embarcaciones que alcanzan la costa balear es evidente. Es obligado saberlo y actuar con responsabilidad humana ante ello.

En el caso de esta última travesía del Open Arms el Govern Armengol ha reaccionado de forma clara y decidida después de que el Gobierno de Pedro Sánchez, tras largos días de silencio y dudas, ofreciera los puertos de Palma y Maó para que atracara el barco. Finalmente es un buque de la Armada quien lleva hasta España a quince de los refugiados.

Balears ha estado a la altura de la situación y ha respondido de modo proporcional y acorde con su tradición hospitalaria, propia de una tierra que en otros tiempos también fue de emigración.

Pero la solidaridad y la acogida, más allá del drama humano inmediato, para ser eficaces y justas, necesitan también ser realistas y proporcionadas. Las autoridades de Balears necesitan responder de modo consecuente en este sentido, exigiendo compromisos de largo recorrido de las instituciones y órganos estatales y hasta internacionales, para poder auxiliar a la migración en una situación geográfica muy peculiar de estas islas, dentro del ámbito y la realidad mediterránea. Balears es una comunidad mal financiada por el Estado y con infraestructuras insuficientes o exprimidas. Esto también cuenta para acoger de modo adecuado a los migrantes expulsados de su lugar de origen por todo tipo de crisis humanitarias.

Hay que hacer las cosas bien y con equilibrio porque, de lo contrario, se podrían incentivar, aunque fuera de forma involuntaria, situaciones de rechazo y xenofobia nada recomendables y que acabarían siendo perjudiciales para todos.