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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Bodorrios en las dunas

Los agentes de Medio Ambiente interrumpieron la semana pasada un casamiento que se celebraba con profusión de parafernalia en el frágil suelo protegido de Es Trenc

Empieza la temporada de eventos en el parque temático. La semana pasada, los agentes de Medio Ambiente intervinieron tras la denuncia de Terraferida en la celebración de una boda en el frágil sistema dunar de es Trenc. No sabemos si los funcionarios se personaron cuando el druida acababa de pronunciar aquello de "si alguien tiene algo que decir, que hable ahora o calle para siempre". Lo que conocemos con exactitud es que de no mediar el concurso de la entidad ecologista la ceremonia se habría consumado sin interrupciones, con sus docenas de sillas rebozadas de lazos sobre la arena, su bar, su bañera para enfriar las bebidas y su mesa para el pinchadiscos. Una parafernalia gigante que no se transporta sola hasta el litoral de Campos, pero que pasa desapercibida a los que tienen como misión vigilar las cuatro cuarteradas vírgenes que quedan en esta isla. Debió resultar súper emocionante que los contrayentes fuesen interrumpidos en el momento de intercambiarse las pulseras tobilleras por dos indígenas que enarbolaban una ley de protección de no sé qué. Un subidón para los invitados vestidos de blanco ibicenco, copa en mano. Los avispados organizadores de acontecimientos irrepetibles en espacios públicos ya estarán añadiendo a su oferta la posibilidad de que en la fiesta irrumpa un inspector mallorquín, levante acta, y por breves momentos los novios teman acabar en la trena. Todo con final feliz, por supuesto. La conselleria de Medio Ambiente informó de que las nupcias que se celebraban ilegalmente fueron suspendidas de inmediato, y se ordenó a los participantes dejar el pateado arenal en su estado original. Para eso nos manifestamos hace seis años por la preservación de es Trenc. Para que sirva de marco incomparable a los pijos adinerados que están aburridos de casarse en las Vegas.

Si esto ocurría el jueves, el sábado las rocas de Alcanada también eran el lugar escogido para que una pareja de extranjeros se jurase amor eterno. Con sus sillas adornadas, su arco nupcial y toda la intendencia que requiere la situación invadiendo el espacio público. Los bañistas arrinconados tuvieron que ser testigos de los votos de dos perfectos desconocidos porque para eso ellos habían buscado el escenario ideal para el bodorrio soñado. Ahí no hubo aparición sorpresa de los agentes medioambientales, ni nada, sería un enlace más clásico, o con un presupuesto estrecho. Ocupación de la costa por la cara y que corra el cava. Me pregunto si sería tan fácil acotar medio kilómetro de un paraje natural de la Selva Negra, o un cacho de fiordo nórdico para festejar mi próximo cumpleaños. Y sobre todo si me saldría gratis.

Vamos a tener que ir a la playa con los tacones y las pamelas, para no desentonar si nos toca una boda hippy al lado de nuestro campamento. Aunque tal vez ayudaríamos más al entorno si cogemos sombrilla y toalla y las colocamos justo delante del altar formado por floripondios, tules y antorchas, abrimos la nevera, sacamos la sandía y les decimos a los niños que no se corten con las palas y el balón sobre la alfombra de pétalos, a ver si le dan en toda la cara a los padrinos. Terrorismo nupcial en espacios protegidos, otra vuelta de tuerca de la turismofobia.

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