A partándose de la alucinante resurrección del PSOE, celebrada en media Europa, certificada en las laicas honras fúnebres por Alfredo Pérez Rubalcaba, hay que escudriñar con detenimiento el desmadejamiento que se observa en el campo de la derecha conservadora. De lo que resulte de su ineluctable implosión dependerá en no poca medida el futuro que le aguarda a las Españas, como casi siempre sacudidas por las actuaciones del hatajo de majaderos que forman la dirigencia del independentismo catalán. La afirmación de Torra deja boquiabierto a cualquiera: "hemos acabado con Iceta". Centrémonos en lo sustancial, en la refundación de la derecha. Las preguntas pertinentes son cómo sucederá y cuándo. La de si acaecerá no merece la pena ser formulada: es inevitable. Para cerciorarse es suficiente echar un somero vistazo al deambular de Pablo Casado en la actual campaña electoral. Junto a él la de candidatas como los madrileños Isabel Díaz Ayuso, un portento en el arte de la pifia, y José Luis Martínez Almedia. No dan para más. Así pena el PP.
Es esclarecedora la decisión de determinados candidatos municipales de los populares haciendo desaparecer las siglas de su propaganda. El vasco Borja Semper, político apreciable, que intenta el imposible salto a la alcaldía de San Sebastián, o Gacía Albiol, buscando a la desesperada volver al despacho de munícipe principal de Badalona, dejan constancia de por dónde se está despeñando el PP, que no aprecia la magnitud del desastre acaecido el 28 de abril. Lo ocurrido supone para el partido de la derecha conservadora española adentrarse en terra incognita, formar parte de un escenario que jamás imaginó. El que sí maquinó para endosárselo al PSOE. La irrupción de la extrema derecha de Vox ha obnubilado de tal suerte a Pablo Casado, de por sí sumido en espeso estupor, que se hace evidente su incapacidad de extraer las pertinentes lecciones sufragadas el 28 de abril. Un dirigente que se despacha con que "la mayoría de jóvenes españoles son del PP aunque todavía no lo saben", al tiempo que hilvana un discurso anclado en los postulados de la extrema derecha, a la que ignora después de haberla invitado a entrar en su frustrado gobierno, hace imprescindible proceder a su sumaria sustitución. Aguardemos a lo que se tarda en ejecutarla.
Si así está el PP en España, qué decir del cuadro que ofrece en Mallorca. La campaña que está completando es declinante, irrelevante. Echemos la vista atrás comparándola con la que diseñaba cuando le acompañaba el éxito rotundo en las urnas. Gabriel Cañellas primero y Jaime Matas después, disponiendo del inagotable repertorio de recursos del director de intendencia, José María Rodríguez, avasallaban. No había lugar para competidores, salvo que adoptara posición subalterna, en condiciones de igualdad aparente para dirimir la contienda. En las dos veces que el mal llamado "pacto de progreso" desplazó al PP el desastre en la siguiente cita electoral fue memorable. El asilado en el Senado Francesc Antich, político incapaz para el cargo de presidente, da sobrada fe del naufragio. Todavía provoca sonrojo la cara de estupefacción del pesemero Pere Sampol, vicepresidente del primer y desastroso Ejecutivo de Antich, que se las prometía muy felices, al constatar cómo los comerciantes, a los que otorgó lo que le pidieron, le abandonaban en masa para cobijarse en el regazo del PP.
El cambio es tan colosal que no se cuestiona el triunfo de la socialista Armengol, como no se pierde el tiempo en dilucidar si Company horadará el resultado cosechado en 2015 por José Ramón Bauzá. Company, de no darse una improbable, pero no descartable, carambola andaluza, correrá similar suerte de la que le aguarda a Pablo Casado. La derecha mallorquina tiene inaplazable, desde el 26 de mayo, su refundación.
