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Desde el siglo xx

José Jaume

Ideología de género, amenaza mundial

Un clérigo trabucaire, ridículo transplante del pasado, denuncia que la ideología de género se cierne como la principal amenaza que pende sobre la humanidad. Vox tiene voz en el alto clero español

El cardernal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, acendrado "tridentino" entre los "tridentinos" que pueblan el episcopado español, hombre de viejas y pétreas querencias, las de la patria eterna, la que la dictadura franquista dio por troquelada con Isabel y Fernando, los muy católicos reyes de las Españas, del incipiente imperio en el que jamás se pondría el sol, aunque lo que sí se ocultó por siglos fue algún atisbo de progreso, ha tronado contra la ideología de género, asegurando que es la principal amenza a la que se enfrenta la humanidad. Cañizares, que fue prefecto de un dicasterio (ministerio) menor en el organigrama del Vaticano, amigo del papa Ratzinger, hoy consumiendo en discreto silencio el final de su existencia, la execra por abominable. En línea con los postulados de la extrema derecha de Vox, no tan alejado de los que sostienen PP y hasta Ciudadanos, al menos su belicoso diputado Toni Cantó, su eminencia arremete contra el Gobierno de Pedro Sánchez.

No hay que menospreciarlo: es la misma España eterna de antaño la que cabalga de nuevo; la que condenó a los infiernos al presidente Manuel Azaña cuando, al aprobarse la Ley de Libertad Religiosa en la Segunda República, se permitió afirmar que "España ha dejado de ser católica". Lo que es lo mismo: nacional católica, la que regresó briosa, golpe de Estado y Guerra Civil mediante, con la dictadura del general Franco, la que todavía hoy no hay manera de embridar, porque la Iglesia sigue disponiendo de privilegios y prebendas ajenos a un estado moderno y laico. El español no lo es: amparado en el eufemismo de la aconfesionalidad y de una derecha colgada de sus faldas, sigue el levantisco episcopado cobrando suculentos emolumentos del Estado. Más de 200 millones de euros por lo de la casilla de la declaración de la renta.

Antonio Cañizares lanza admoniciones que no pueden superar Abascal, Ortega Smith o García Egea, en comunión con los obispos de su cuerda, casi todos. Dos ejemplos: sus ilustrísimas de Córdoba y Alcalá de Henares. El primero se regocija del resultado de la elecciones andaluzas, de que Vox disponga de vara alta. El segundo quiere curar a los homosexuales, pues, de seguir atenazados por su vicio, les aguarda la perdición. No hay que sorprenderse de que Cañizares haya anatemizado la ideología de género, abomine de la enseñanza pública y exija que no se de adoctrinamiento, exceptuando el que la Iglesia practica en sus centros docentes concertados, los que el Estado sufraga generosamente. En algunos se practica, con la anuencia de los tribunales de justicia, la separación por sexos, que tener juntos a niñas y niños también es ideología de género y posiblemente el inicio de una depravada concupiscencia.

Cañizares constituye una vetusta anomalía; lo es buena parte del episcopado español, al que el papa Francisco causa una mal disimulada animadversión. El nacional catolicismo español dispone en los estamentos dirigentes de la Iglesia de amplia influencia, resultado del largo mandato del polaco Wojtyla y del anterior presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, cardenal arzobispo de Madrid, que consideraba un pusilánime a Mariano Rajoy, al que detestaba sin disimulo, clamando por un PP sin complejos, el que ahora le regala, en su jubilación, Pablo Aznar Casado.

Cuando el papa Francisco ilustra no solo sobre la pederastia que destroza a la Iglesia católica, sino del violento machismo misógino imperante en su seno, que lleva a algunos obispos y sacerdotes a abusar de monjas y de las fieles que a ellos acuden en solicitud de consuelo, y en España vemos cómo se suceden las denuncias de quienes fueron vejados, se constata que nada importa al cardenal Cañizares. Está para combatir la ideología de género y el adoctrinamiento. Siempre la cruz uncida a la espada. La primera siempre por delante.

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