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España sin inmigración

He elegido el titular con la esperanza de que me lea algún afín al tripartito de derechas. Creo que ellos, al fin y al cabo, son los que deben tener en cuenta el argumento que a continuación desgloso a favor de la inmigración. La idea es describir qué será de España sin los inmigrantes que tanto parece que molestan a algunos últimamente.

Antes, permítanme decirles que soy mallorquín, hijo de inmigrantes manchegos, que a su vez son descendientes de inmigrantes gallegos. Mis padres llegaron a Mallorca hace sesenta años, ocultos en la bodega de un barco de Trasmediterránea porque un tipo les vendió unos pasajes falsos y no tuvieron más remedio que viajar de polizones. Una vez en la isla, mi padre se dedicó a la construcción de carreteras y mi madre trabajó en un horno. Formaron parte de los cientos de miles de inmigrantes peninsulares que contribuyeron a que Balears fuera un lugar de progreso. Y como ellos, otros hicieron lo propio en otras partes de España, sobre todo en las zonas costeras y en las grandes ciudades, a las que llegaron millones de españoles desde las zonas rurales del interior. A partir de ese gran flujo migratorio se construyeron los cimientos de nuestra economía nacional. Ahí se cierra un capítulo.

Ahora se abre otro. Nos encontramos con que seis millones de personas que residen en España han nacido fuera del país. Son ciudadanos que suponen un aliento para las arcas de nuestra Seguridad Social porque aportan más de lo que obtienen de ella. Entre otras cosas, han ayudado a que el Fondo de Reserva de las pensiones se sostenga en los peores años de la pasada crisis.

Actualmente por cada dos trabajadores en activo hay un pensionista. La proporción no es suficiente y eso hace que cada año haya un déficit en la Seguridad Social de 18.000 millones de euros. El Fondo de Reserva se está vaciando. Para colmo, como ustedes sabrán somos uno de los países en los que menos niños nacen y que vamos camino de ser el país con mayor esperanza de vida. En unas décadas estaremos, sin duda, entre los países más envejecidos del mundo, con el doble de pensionistas que ahora y, de seguir así, con menos trabajadores que puedan sostener las pensiones. Hasta el Fondo Monetario Internacional dice que tendrán que venir cinco millones y medio más de extranjeros hasta 2050 a trabajar a nuestro país para garantizar las jubilaciones.

Por tanto, los inmigrantes no son una amenaza, son nuestra gran oportunidad. La única, me atrevo a decir. De modo que, ¿de qué deben preocuparse los que gobiernan o aspiran a hacerlo? Deberían proponer la forma de crear empleo sostenible para que los que lleguen y los que estemos aquí podamos mantener las pensiones en un futuro. Además, tendrían que esforzarse por promover la integración, la tolerancia, el respeto y por ayudar a que conozcamos lo bueno que podemos aprender de los otros. Así de simple. Y deberían dejar de demonizar al vecino de una santa vez, que lo único que queremos los que vivimos en España es vivir de forma digna y tranquila a partir de nuestro trabajo. Por mucho que incitar al odio contra el otro les dé un puñado de votos y asientos. Repito, trabajo. O eso, o no nos podremos jubilar nunca.

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