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Desde el siglo XX

José Jaume

Inoportuna dimisión: Un mal día para casado

No se tienen noticias de que la dimisión de un adversario político causara tanto nerviosismo en el partido de la oposición como la que ha desencadenado la de la ministra de Sanidad en el PP. El del martes fue un mal día para la derecha conservadora. Muy mal día. Las deslabazadas declaraciones de Javier Maroto, el miércoles, en la Ser, evidenciaron que el PP de Pablo Casado se ha parapetado para defender a su líder: reitera que ni tan siquiera una imputación formal por parte del Tribunal Supremo, mediante la petición al Congreso de los Diputados del obligado suplicatario, le haría dimitir. El PP va más allá de lo razonable, se apresta a ensayar la defensa numantina, al mejor estilo del PP de Mariano Rajoy. En ello les va la superviviencia política a los recién llegados a la cúpula de la derecha conservadora española.

El Tribunal Supremo debe solventar una papeleta peliaguda: dar curso a la petición de la jueza e iniciar el procedimiento para imputar a Casado supone descalabrar al PP, porque, aunque sus dirigentes proclamen que no dimitirá, quién duda de que la petición del suplicatorio desencadenaría una crisis descomunal en el partido. Casado exhibe una levedad que le asemeja a la que caracterizó el paso por la dirección del partido, entonces denominado Alianza Popular, de Antonio Hernández Mancha, lo que obligó a intervenir a Manuel Fraga, hacia finales de la década de los 80 del pasado siglo, que lo fulminó para dar paso a José María Aznar. Pablo Casado es un político que no es que esté sin cuajar, sino que carece de cuajo. Causa sonrojo el discurso que pronunció en Barcelona, ninguneado por varios de sus barones, en el que intercaló vivas al Rey hasta el hartazgo. No bordeó el ridículo, como benevolentemente han relatado analistas de la órbita del partido, en un vano intento de arroparle ante el desaguisado, sino que completó el ridículo. Evidenció lo que es: un depurado petimetre, que ha creído que puede ser otro de la hornada de líderes de la derecha populista europea, que, al estilo del canciller de Austria, medran aliándose con la extrema derecha. Aquí se topa con la directa competencia de Albert Rivera, que, además de haber llegado antes, no arrastra el fardo del máster maldito de la Rey Juan Carlos, susceptible, a lo que se ve, de destrozar prometedoras carreras políticas. Lo eran las de Cristina Cifuentes y Carmen Montón.

La presidenta de la Comunidad de Madrid tardó un mes en aceptar lo inevitable. La ministra de Sanidad 48 horas. El presidente del PP, que se niega a que pueda leerse su trabajo final de master (¿será que hay en ella tanto plagio como en la de Carmen Montón), ha optado por el encastillamiento. Hay que empezar a preguntarse si el PP, en su congreso, al optar por Casado descartando a Soraya Sáenz de Santamaría, realizó una apuesta fallida. Se dilucidará en no demasiado tiempo. Lo que no admite discusión es que la baza que se le da a la izquierda es notable. Casado puede convertirse en el pato cojo de la política española.

Veremos qué hace el Tribunal Supremo, que con tanta diligencia y escasa flexibilidad ha tratado a los líderes independentistas catalanes, acusados de rebelión y en la cárcel a la espera de juicio. El Tribunal Supremo, que siempre ha avalado las decisiones del instructor Pablo Llarena, ha mostrado con ellos contundente dureza. ¿Empleará parecida vara de medir con Pablo Casado o lo tratará con indulgencia?

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