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March, el alcalde Monjo y la izquierda bocazas

El alcalde de Santa Margalida es político astuto, sabe trastear al adversario con pericia, cuando entra a matar mete la estocada hasta la bola. El adversario no suele requerir del descabello para quedar adecuadamente apiolado. Joan Monjo se ha equivocado al negarle la vara de mando a la presidenta de la comunidad autónoma en su visita oficial a Santa Margalida. El alcalde ha sido políticamente un maleducado. Se ha puesto en evidencia. Su enfado con la presidenta Armengol, por la razón que fuere, no puede llevarse al lugar en el que Monjo lo ha situado. Su carencia de cortesía institucional es falta grave. Extraña que alguien tan listo se haya dejado llevar por impulso tan pedestre. Las reglas de la cortesía política, cuando se vulneran, pasan factura. No fue a Armengol a quien negó la vara, sino a la presidenta de Balears.

Queda dicho que el alcalde Monjo no vivió su mejor momento. Lo mismo se ha de decir de la izquierda municipal, bocazas de medio pelo, protagonistas de farisaica rasgada de vestiduras a cuenta del magnate Juan March Ordinas cuando callan ante la complacencia con la que sus partidos asumen, hasta hoy sin rechistar, la herencia política de quien sufragó el golpe de Estado de los militares sediciosos en julio de 1936.

La izquierda niega el pan y la sal a Juan March en Santa Margalida: da plantón al alcalde en el salón de plenos cuando éste procede a colgar el cuadro del multimillonario, proclamado hijo ilustre; pero la izquierda, que gobierna en el ayuntamiento de Palma, mantiene en el nomenclátor al financiador del general Franco. La avenida Juan March Ordinas, así rotulada en tiempos de la dictadura, sigue siendo la de Juan March Ordinas. Ni el alcalde Aguiló, cuando, en la década de los 80 del pasado siglo, expurgó a conciencia las calles de Ciutat de nombres de militares golpistas, políticos fascistas y asimilados, ni después la alcaldesa Calvo y recientemente el alcalde Hila y su conmilitón Noguera, actual primer edil, mostraron y exhiben algún interés en sustituir el nombre del potentado de la avenida, en la que, para mayor escarnio, estuvo Can Mir, el almacén de maderas reconvertido en cárcel para los republicanos, que, en muchos casos, acabaron asesinados por los matones falangistas a las órdenes de las autoridades golpistas. Para completar el escarnio: el aparatoso rótulo que da nombre a la avenida está junto a la lápida que recuerda lo que en Can Mir (hoy los cines Augusta) aconteció aquellos aciagos años.

Sucede que las izquierdas demasiadas veces vociferan en la oposición actuaciones que no llevan a cabo cuando pasan a gobernar las instituciones. Pregunta: ¿por qué se niega en Santa Margalida ensalzar a Juan March cuando en Palma no se cuestiona eliminarlo del callejero? ¿Es quien respaldó a los golpistas sedicioso en Santa Margalida y prohombre en Palma? Lo dicho: bocazas.

Al aguerrido alcalde Antoni Noguera, del que todavía se aguarda que diga algo sobre el derribo del pedrusco fascista de sa Feixina, hay que demandarle que aclare si en sus planes entra el de eliminar a Juan March del callejero. Tal vez ocurre que o bien no se atreve, al no haberse atado convenientemente los machos, o que su partido, el descoyuntado PSM, los nacionalistas de toda la vida, los autodenominados de verdad, prefieren dejar a Juan March en paz, porque es mucho March para ellos y todavía para muchos.

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