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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Rompiendo el protocolo

El presidente del Parlament balear es un fuera de la ley cortesana. No llevó corbata a la audiencia con Felipe VI y reveló el contenido de su conversación con el rey, para enojo del unionismo

El verano. Esa estación en la que solían ceder las costuras de los ternos. Hasta ahora, las vacaciones reales en Mallorca proporcionaban un voluminoso álbum de fotos del jefe del Estado y allegados en poses más o menos relajadas, haciendo las cosas que todo el mundo hace cuando aprieta la calor. Ponerse en pantalones cortos, comerse un helado, echar unas risas con los amigos en el bar, navegar, bañarse, estar tiempo de calidad con los críos. Juan Carlos I saludaba a los periodistas y a los fotógrafos locales por su nombre y parecía que se había dejado la corona en Madrid, de ahí el apodo de Campechano. No seré yo quien añore la presencia del emérito precisamente este año en que su familia le ha dejado abandonado en una gasolinera para venirse a 700 kilómetros a hacer como que las revelaciones de la simpar Corinna sobre comisiones y blanqueos, que redondean el annus horribilis que empezó en la entrada de su yerno Iñaki Urdangarin en la cárcel, suponen el enésimo capítulo de un folletín que no va con la monarquía. Pero con él no había esta tensión. Estas ganas de perfeccionismo que casan rematadamente mal con las alertas amarilla, naranja y roja en que nos cocemos por estos pagos. Esa tiesura. Creo que Juan Carlos I se habría llevado un pescado fresco del Olivar en una bolsa chorreante. No le veo dando el garbeo guiri que su mujer, su nuera y sus nietas disfrutaron para las cámaras el martes pasado, que parecían hallarse en un acuario y no en el mercado, paseando de mirandas y con esas caras de asombro ante los calamares. Compren, señoras, que no vivimos del aire.

Su normalidad es tirante. El lunes, el protocolo de la Casa del Rey impidió el paso a las audiencias de Felipe VI con autoridades locales en el palacio de la Almudaina a los periodistas, fotógrafos y cámaras que no llevaban americana y corbata. Hasta hace poco se pedía una vestimenta adecuada (abstenerse bermudas, chanclas, camisetas de tirantes), pero no se exigía el atavío íntegro de subsecretario a profesionales que cargan peso y esperan horas para hacer su trabajo en plena canícula. ¿Podrá el hijo resultar más rancio que el padre? Podrá. La cosa es que compañeros como pinceles retrataron el apretón de manos del monarca a un tipo en vaqueros agujereados a la moda, zapatillas y chaqueta sobre una camiseta. En efecto, la segunda autoridad del archipiélago, el presidente del Parlament de Balears, no se ajustó ni de lejos a los mínimos indumentarios que exigen los estirados cánones de la Zarzuela, algo que viene a probar la futilidad de luchar contra el paso del tiempo. Porque llega gente contra todo pronóstico, gente que dinamita los cánones. Porque las urnas deciden qué nos ponemos hoy. Baltasar Picornell se saltó el protocolo, y también la norma no escrita que indica que se debe mantener en secreto el contenido de la conversación con el jefe del Estado, ofreciendo a los trajeados de la prensa cuatro obviedades y un par de chorradas. Picornell reveló que Felipe VI desea restablecer puentes con Cataluña, y se ha montado tal tangana que a alguno le gustaría ponerle una corbata al cuello, y apretársela mucho, a ver si así se aprende las leyes de la corte.

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