No se puede encadenar un volcán, y la erupción de la Mallorca contemporánea ha adquirido proporciones volcánicas. Ni los causantes ni los beneficiarios del desastre niegan ya la evidencia, el timorato Govern de izquierdas se limita a soplar con fuerza para acelerar el verano, en la vana ilusión de que las angosturas se habrán olvidado antes de las elecciones. Solo Ciudadanos exige un pronunciamiento, por ahora no militar, en pro del turismo desatado y de la industria vitivinícola. Las actuaciones pertinentes serán remitidas al juez Llarena, para que instruya por rebelión al mallorquín que se atreva a declarar que está harto.
Extraviada la brújula, el Govern de izquierdas adopta medidas que hubieran sonrojado a un dictador. Declara el "acceso restringido" a terrenos que no son de dominio público, con lo cual crea zonas privilegiadas para sus propietarios en contra del resto de la población. Esta enajenación de la isla, más grave que la acometida por Munar en Can Domenge, se refugia en argumentos turísticos, refrendando la evidencia de que los indígenas son figurantes en el banquete pantagruélico de los hoteleros, a quienes se ha inmolado el alquiler turístico sin recibir ni un agradecimiento de contrapartida. Y en ninguno de los parajes vedados a los nativos se han paralizado las licencias de obras. Es decir, solo están saturados para los ajenos. Los propios pueden seguir construyendo, ya sin la presión de la turbamulta embrutecedora.
La industria lloriquea como de costumbre, esgrimiendo argumentos de competencia barata que no sirven para Barcelona, Venecia, París, Amsterdam o Dubrovnik. Es decir, para las regiones con autoconfianza y algo que ofrecer, frente a la Mallorca rutinaria que solo presenta un encadenado de hoteles sin solución de continuidad. Frente a la tentación ya cumplida de un hundimiento selectivo, hay que reclamar al menos un colapso democrático, al que tengan acceso por igual las clases sacrificadas y las que siempre se escabullen. La resignación no es la respuesta. Ocupad Mallorca.