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Atascos

Este año no hemos tenido que esperar a la temporada turística para que los accesos a la capital se hayan saturado de coches. No me quiero imaginar lo que será Palma para los que trabajemos un día nublado de agosto

Hay atasco en la autopista de Llucmajor a la altura del aeropuerto. Da igual cuándo lean esto. Como es ya casi indiferente la hora y el día de la semana en que nos encontremos con un embotellamiento en la Vía de Cintura de Palma, o viniendo desde Inca, o Andratx, o el mismo Llucmajor. Por no hablar de la carretera de Valldemossa. Este año, no hemos tenido que esperar a la temporada turística para que los accesos a la capital se hayan saturado de coches. No me quiero imaginar lo que será Palma para los que tengamos que trabajar un día nublado de agosto. Los miles de vehículos de alquiler que circulan por nuestras carreteras acrecentan el problema; pero creo que ya se ha convertido en un mal endémico si tenemos en cuenta que los baleares poseemos casi un coche por habitante. Y que lo cogemos hasta para ir a comprar el pan.

Un dato que podría ser alarmante, pero yo que ustedes no me preocuparía. Yo ya no lo hago desde que sé que las autoridades competentes -ese oxímoron, con honrosas excepciones- ya se han dado cuenta de que existe un caos circulatorio. Y, para solucionarlo rápidamente, han creado una comisión con representantes del Consell, el Govern y el Ayuntamiento. Una táctica infalible. Para que todo continúe como está, quiero decir. Porque resulta que las competencias en políticas sobre cómo mejoramos los accesos a la capital de una isla que no llega a los 900.000 habitantes están repartidas entre nada más y nada menos que tres administraciones diferentes. Así que más vale que nos vayamos acostumbrando a los atascos.

Hace unos meses, decidí dejar el coche de lado para ir a trabajar. Por ahorrarme el dinero del aparcamiento en el centro, básicamente, y destinarlo a pagar una piscina exterior y sin cloro -ya que la de Son Hugo ni está ni se la espera-. Me compré una bici y recargué la tarjeta ciudadana para el bus. Pues bien, déjenme decirles que he llegado más veces tarde al trabajo en medio año que en los 7 que llevo en la empresa. Resulta que, en pleno siglo XXI, podemos estar informados instantáneamente de lo que ocurre en la otra punta del mundo, pero no de si un autobús se ha averiado. Así que un usuario puede perfectamente esperar más de treinta minutos en hora punta a que llegue el bus mientras la app para móviles del ayuntamiento le avisa de que está ´llegando´. Lo cual imposibilita cualquier búsqueda de alternativas eficaz. Y la cuenta de Twitter les sirve para responder a las quejas dos horas después, diciendo que el retraso ha sido de quince minutos. Encima de cornudos, apaleados. Si a esto le añadimos el hecho de que, por ejemplo, me ahorro media hora volviendo a casa y cogiendo el coche para ir a nadar -aunque una misma línea pase por mi casa, mi trabajo y mi piscina-, el autobús resulta una opción poco alentadora.

Por otro lado, Palma podría ser una ciudad estupenda para ir en bici. Es llana, y el clima lo permite. Pero los carriles bici parecen diseñados por alguien que en su vida ha utilizado este medio de transporte. Son una carrera de obstáculos: peatones, árboles a baja altura cuyas raíces hacen un continuo efecto badén e inexistentes zonas de sombra -esa manía que tenemos de poner cemento en los parques en lugar de verde- que han hecho que vuelva alquilar un parking en el centro durante el verano ante la perspectiva de pedalear al sol a las dos y media de la tarde con 40 grados. Por no hablar de que, cuando llueve, se convierten en una pista de patinaje que, a menudo, acaba con los ciclistas en el suelo. Mi morado de media pierna durante meses así lo atestigua. Y, gracias a Dios, no tengo que usar el tren, cuyas averías afectan durante meses al servicio.

En lugar de intentar solucionar estos inconvenientes concretos para que dejar el coche en casa sea viable, nos dedicamos a trabajar en planes de transporte que incluyen tranvías hasta el aeropuerto o nuevas líneas de tren confiando en que las pagará Madrid -sin ningún compromiso de que lo haga, por supuesto-. Sobre el papel, precioso. Somos especialistas en brindis al sol: cada nuevo gobierno, con el suyo. Decía Ortega y Gasset en La rebelión de las masas, hace ya casi un siglo, que los gobiernos viven al día, sin programa, sin proyecto, mientras se intentan justificar en las circunstancias y la urgencia del presente. ´De ahí que su actuación se reduzca a esquivar el conflicto de cada hora; no a resolverlo, sino a escapar de él por de pronto, empleando los medios que sean, aún a costa de acumular, con su empleo, mayores conflictos sobre la hora próxima´. No es nuevo: llevamos décadas pasando la pelota al siguiente, que probablemente sea el adversario político. Por si acaso, vayan haciendo acopio de paciencia. Parece que los atascos no están únicamente en las carreteras.

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