La cumbre de la UE de este pasado fin de semana se ha cerrado en falso con un acuerdo inane: se acepta el principio de la creación voluntaria de centros de internamiento de inmigrantes en suelo europeo, que serían regidos comunitariamente, pero nadie está dispuesto a instalarlos. Italia ve hasta cierto punto reconocida la corresponsabilidad teórica de la UE en materia de inmigración, aunque en realidad ha conseguido que se reconozca su derecho a la inadmisión de más extranjeros. Por supuesto, Orban, al frente del Grupo de Visegrado, se niega a tales centros, ya que su criterio es cerrar a cal y canto la UE, sin matices ni paños calientes.
Conviene reconocer cuanto antes que esta Europa no funciona, por la sencilla razón de que, al contrario de lo que sucedía en la dilatada etapa fundacional, se han impuesto en algunos lugares ideologías incompatibles con las establecidas. La Liga Norte italiana, que exhibe claras y explícitas inclinaciones racistas —no sólo contra los inmigrantes: también contra los gitanos autóctonos—, es incompatible con las ideologías socialdemócrata, liberal o democristiana que se disputaban hasta hace poco el poder en el viejo continente.
Es imposible saber hacia dónde nos dirigimos realmente, ya que no hay voluntad real de aislar a los radicales, pero conviene que estemos prevenidos ante una voladura súbita de la UE, que es el desenlace lógico de esta crisis de valores que considera al fascismo un interlocutor respetable.
