Las agencias distribuyeron ayer una curiosa fotografía en la que aparecen el presidente Trump y el príncipe heredero saudí, Mohamed ben Salmán, en la Casa Blanca, mientras el mandatario americano muestra a su huésped una lámina con fotografías de todos los artefactos bélicos que su país ha vendido a la satrapía del próximo oriente. El título de la colosal ilustración en la que hay barcos, aviones y toda clase de armas es "12.2 billones en ventas finalizadas a Arabia Saudí".
¿Para qué puede querer el país árabe, una dictadura medieval, tanto armamento, si el único (relativo) enemigo poderoso de Riad en la zona es Israel, el gran aliado de los Estados Unidos, que nunca se metería en problemas con Arabia Saudí?
El mantenimiento de un vasto comercio mundial de armas, que no se ha detenido a pesar del fin de la guerra fría, es el gran negocio de las corporaciones que sostienen las estructuras de poder en los Estados Unidos. Poder republicano pero también demócrata, porque los demócratas tampoco rebajaron las exportaciones bélicas cuando gobernaron. Todo lo cual conduce a ominosas conclusiones sobre la política exterior de las democracias, el papel de la OTAN y la peligrosa militarización de la globalización, que nos conduce hacia otro abismo sin fondo.
