Un viejo proverbio bíblico asegura que no hay nada nuevo bajo el sol y, en efecto, esta divisa ilumina el acontecer humano. La historia nos enseña, precisamente, a interpretar el presente con los ojos de la experiencia y a enmarcar así nuestro juicio. La dimisión de Gabriel Barceló -exvicepresidente del Govern balear y hombre fuerte de Més- nos muestra bajo los efectos de una luz gris el verdadero contorno del poder. Barceló llegó a la vicepresidencia del Govern con un mensaje renovador que pretendía conectar a su partido con los elementos más dinámicos de la sociedad. Una campaña electoral de diseño, unida al malestar de la comunidad educativa por el decreto sobre el trilingüismo y las horas bajas que vivían los dos partidos mayoritarios en el ámbito estatal -PP y PSOE- facilitaron la obtención de unos resultados históricos para la izquierda nacionalista, que por entonces capitaneaba Biel Barceló. Tras las elecciones, Més supo capitalizar esta victoria con una gran habilidad: consiguió la presidencia del Consell, la alcaldía de Palma a mitad de legislatura y una vicepresidencia del Govern balear, asociada a la conselleria de Turismo. Barceló se convirtió, de este modo, en uno de los políticos de mayor influencia de nuestra comunidad. Y por sus manos pasaron algunas de las medidas estrella de la legislatura, como la puesta en marcha de la ecotasa y la ley de arrendamientos turísticos.

Pero, muy pronto, la imagen de Biel Barceló empezó a deteriorarse debido a una concatenación de polémicas y errores que ponían en duda su liderazgo. En primer lugar, las críticas surgidas desde su propio partido a algunos de los nombres que constituyeron el equipo inicial de la conselleria de Turismo. En segundo, el estallido del caso Contratos, que afectó directamente a Barceló al implicar a uno de sus hombres de máxima confianza: el exjefe de campaña de Més, Jaume GarauJaume Garau. El vicepresidente logró salvar el envite, a pesar de que la dura crisis en el Govern se llevó por delante a la consellera de Cultura y al director de la Agencia Balear de Turismo, Pere Muñoz, entre otros. Posteriormente, una ramificación del caso Cursach condujo también a la dimisión de otro alto cargo de Turismo: Pilar Carbonell, que había sido una apuesta personal del propio Barceló. Y, finalmente, esta semana, forzado por su partido, Biel Barceló se ha visto obligado a dimitir tras saberse que se había beneficiado de unas vacaciones en Punta Cana, sufragadas por una empresa privada, coincidiendo con la aprobación parlamentaria de la polémica nueva ley de Urbanismo. Los errores en política -sobre todo si se acumulan uno tras otro- no salen gratis.

Su renuncia nos deja una crisis de Govern absolutamente inesperada. Cabe preguntarse cómo es posible que un político con tanta experiencia autonómica, insular y municipal haya podido cometer una torpeza de tal calibre. Y cabe preguntarse también si el vicepresidente actuó por libre, sin informar a nadie, o si por el contrario tanto la presidenta Armengol como Més estaban al corriente del viaje. En este caso, ¿cómo no se le advirtió de las implicaciones políticas de su actuación?

Demasiados interrogantes sin respuesta, que abren una nueva crisis en el Ejecutivo y dejan a la formación econacionalista en una situación incómoda, que subraya además la fractura que existe en su seno entre el núcleo duro del PSM -que ha propuesto a Bel Busquets como nueva vicepresidenta del Govern- y los sectores más aperturistas del partido, representados por la figura de Fina Santiago. Corren tiempos complicados para la política balear.