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El tiempo en estos tiempos

Con ocasión del reciente fallecimiento de esa admirable mujer que fue Simone Veil, repasé la biografía y una de sus afirmaciones me ha dado que pensar sobre los tiempos que vivimos. "El presente nos une -escribió- y el futuro lo creamos en la imaginación. Sólo el pasado es pura realidad". Sin duda le asistía mucha razón pero, a propósito de ese resumen suyo que abarca la vida entera, son posibles numerosas cavilaciones e interrogantes respecto a lo que dejamos atrás, nos sucede o esperamos.

Para empezar y en la mochila de nuestra existencia, la de cada uno en ese "mundo de ayer", van mezclados avatares colectivos -algunos de los cuales se consignarán en los libros de Historia- con otros que son exclusivo patrimonio de quien los gozó o sufrió. Y muchos, sociales o privados, convenientemente adulterados por el cronista ("hay que impedir que la Historia la hagan únicamente los vencedores", aconsejaba Walter Benjamin, pero, ¿es ello posible?) o, de no existir constancia escrita, deformados por una memoria también capaz de seleccionar lo que guardar o echar al olvido. Frente a tales eventualidades, no se trataría estrictamente de recrear la realidad pasada en el baúl de los recuerdos, porque también podría ser, siquiera a retazos y en vez de realidad como apunta Veil, pura imaginación.

Con ese variopinto bagaje que acarreamos, entreverado de posverdades, la realidad de Veil en cuanto al pasado es cuestionable, toda vez que puede subordinarse a intereses propios o ajenos. Esa es la subjetividad que esgrimen quienes están en disposición de diseñar un presente que no se corresponde con las expectativas de quienes habrán de vivirlo y, a título de ejemplo, basta con repasar los distintos pasados que se esgrimen, narrados y retorcidos a conveniencia, para justificar o rechazar la pulsión soberanista en Barcelona o Madrid. Así, si es cierto que el pasado condiciona el presente, no lo es menos que puede filtrarse al gusto, con lo que en cierta medida compartiría con el futuro un algo de la ficción que Veil atribuía a éste.

Pero ya hemos llegado al aquí y ahora: un presente donde el tiempo se descomprime y cobra primacía aunque no discurra para todos de igual modo y sea, además, aliado de unos y enemigo de otros. Seguramente y para los bien instalados, el río de la vida va demasiado aprisa y el reloj es adversario, mientras que los desheredados de la fortuna y sin expectativas de mejora, sentirán el flujo detenido. Con estas presunciones, el presente como nexo de unión que preconiza Veil se antoja dudoso: puede vivirse cada segundo como si fuera el próximo (James Joyce) si se dispone de patrimonio y/o cargo bien remunerado (¡ni les cuento si se es político/a y sometido al albur electoral!) o, por el contrario, intentar sacar fuerzas de flaqueza mirando hacia atrás porque en el presente haya poco que rascar y el porvenir se llama así, decía el poeta, porque no viene nunca. Aunque el tic-tac de las horas no se detenga y, llegada cierta edad, nos haga conscientes de que cada instante se resta de ese brumoso futuro que, por más que apelemos a la imaginación de Veil, se va acortando al punto de dejarnos a todos, un día u otro, sólo con el pasado.

Sin embargo, y en tanto llega la postrera hora, todos aspiramos a ejercer de Casandra y adivinar hasta qué punto lo que está por venir podrá identificarse con nuestras aspiraciones o, por el contrario, todo se reducirá a más de lo mismo. Cuando se pasa bien, apuntaba, perpetuar el presente y conjurar al futuro para que nos olvide sería la opción a que nos adscribiríamos de poder elegir. Pero aunque ignoremos lo que pueda acontecernos, ya está ocurriendo y nadie puede asegurar que pueda recrearse en las mejoras por las que tal vez hipotecó sus ayeres y, si tenaces, también los minutos que acaban de morir para imaginar, a la estela de Veil, más atractivos los que vendrán, sin parar mientes en que el deseo de entreabrir el porvenir para atisbar el más allá, es propio de ambiciosos que quizá descubran, con pesar y mientras sobrenadan en su presente, que la decepción es inherente a cualquier futuro, siempre mejorable.

Y la desilusión suele fomentarse cuando empiezan los achaques y, con ellos, la evidencia de que el pasado ya le ha comido al futuro buena parte del terreno. Vivir es entonces, sobre todo, retroceder, y la manida frase con que la ancianidad suele identificarse, "cualquier tiempo pasado fue mejor", es la constatación de que no se prevé suficiente tiempo futuro para poder confiar en una optimización que permita disfrutarlo en carne mortal.

Bajo esta óptica, sólo la prisa, las decisiones inmediatas para hacer de cada día un presente mejor, podrían teñir el futuro al gusto de jóvenes y viejos, aunque basta con advertir las interminables dilaciones que presiden el hacer (o su ausencia) de quienes ostentan el poder o de aquellos que podrían sustituirlos, para concluir que, entre el alba y la noche de cada quién, pasado y futuro se parecen bastante: para bien de algunos y mal de los más. Sólo cabe confiar en que no haya contubernio, inepcia o demagogia alguna que pueda durar lo que la eternidad, así que, hoy por hoy, frente a presente/futuro y a falta de cosa mejor, habrá que decantarse por el escepticismo optimista que aconseja Innerarity. Incluso con el referéndum en ciernes. ¡Qué le vamos a hacer!

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