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¿Para qué cobran?

Está demostrado que muchos de quienes acceden al quehacer político derivarán hacia comportamientos abyectos, disfrazando su desvergüenza bajo un discurso que podrá adscribirse a cualquiera de ellos sin que resulte impropio. Y que la inicial candidez de los receptores haya dado paso a una creciente indignación, no ha impedido que demasiados, del Rey hacia abajo (algo más que un decir), sigan empeñados en mejorar su estatus o contentar al amigo/pareja/amante a costa del contribuyente.

Sin embargo, no pretendo hoy poner el acento en la hipócrita banalización del mal -por remedar a Arendt cuando se refirió al nazi Eichmann- que ha hecho posible, con las salvedades que quieran, identificar su ocupación con el cinismo al extremo de que la reputación se vuelva dudosa por el sólo hecho de acceder al cargo, sino destacar el proceder de un colectivo que había enarbolado la ética como elemento diferencial para, una vez instalados en el empleo, cambiar el estereotipo por otro en el que las convicciones que pregonaban sólo alcanzan, en el mejor de los casos, a disminuir frecuencia y gravedad de las corruptelas a costa de incentivar la memez, sin que tampoco, como sería deseable, dediquen sus horas al interés común.

Quiero suponer en su beneficio, y me refiero como habrán deducido a las coaliciones alternativas al PP, que no han enterrado sus principios, aunque estos se traduzcan en una práctica que no alcanza a ir más allá de los símbolos y otras bagatelas. Así, los sufridos espectadores y teórico objetivo de sus desvelos, advierten con estupor que aquellas ideas que precisaban del poder para su concreción, una vez alcanzado éste se rinden a la insignificancia e interminables debates que consumen su tiempo, su teórico prestigio y, a la par, nuestra paciencia tras constatar que los reales problemas de la ciudadanía no se perpetúan demasiadas veces debido a oscuras maquinaciones, sino por pura y llana simpleza o tal vez pereza de quienes, tras conseguir el momio, se plantean de preferencia aquello que no exija demasiado esfuerzo mental y todo lo demás, por remedar a Pablo Iglesias el semántico, se la bufa (refanfinfla).

Por concretar, ya me contarán la de horas empleadas en abordar cuestiones de más que dudoso interés colectivo y con resultados inapreciables o intrascendentes, de existir, para la mayoría. Porque no tendrán más secuela que la de incentivar rifirrafes cansinos e interminables entre ellos; unos berenjenales que, no obstante, parecen ocupar la cabecera en su lista de prioridades. Es oportuno a este respecto traer a la memoria el referéndum sobre la ubicación y extensión de las terrazas de bares en la vía pública, y el eco conseguido para seguir, mutatis mutandis, en las mismas por lo que hace a espacios y decibelios. En cuanto a sa Feixina, un monolito inexistente para quien lo repruebe (basta con mirar hacia otro lado), ha seguido concitando recursos y apelaciones que mejor sería orientar hacia la protección de propietarios de pisos tomados por okupas o, puestos a señalar injusticias palmarias, las que sufren muchas comunidades de vecinos cuando se ven obligadas, a veces durante años, a costear los gastos de quien no paga los servicios y aquí me las den todas, lo que convierte al dichoso monumento, puestos a comparar, en afrenta inexistente. Siquiera para el bolsillo.

Recientemente, los alquileres en viviendas plurifamiliares han suscitado declaraciones contradictorias y todas ellas, a falta de acuerdo previo, carentes de credibilidad aunque hayan consumido un tiempo que transcurre inexorablemente sobre su imprevisión para traernos otro verano con más de lo mismo. Y, por no seguir, el nombre de la capital -Palma o Palma de Mallorca- o el del aeropuerto, supondrían que quitaban el sueño a una abrumadora mayoría y de ahí su interés; mayor, puestos a comparar, que el que suscitan las carencias en asistencia pediátrica, las de muchos ancianos sin residencias de acogida o un diagnóstico precoz, para enfermedades neoplásicas, que puede transformarse en tardío por falta de infraestructura, aunque todo ello goce de menor difusión que el cuestionamiento, hace unos meses, del Día de San Valentín, festejo esencial y que, de no controlarse, podría cambiarnos la vida entera.

No apuntaré, con Aramburu, que los hay empeñados en hablar y proponer desde el orificio equivocado, y tampoco (Rubert de Ventós) que la política sea siempre la arbitrariedad corregida por el intercambio de favores, aunque -y excluyo al PP para no pringar de corrupción la columna entera- si a las anteriores nonadas sumamos las caras de algunos que se proclaman alternativa a "la casta", desde Chelo Huertas y Seijas a Barceló y sus apaños económicos con Garau, quizá Rubert no anduviese del todo errado. Se intuye y comprueba sin sombra de duda que, tras las fruslerías o los favores a amiguetes, el tiempo que pueda quedarles lo emplearán en justificarse, organizar comisiones de investigación que terminen en nada y contribuirán, con todo ello, a transformar en decepción una esperanza que a día de hoy debe conformarse con el resignado aserto de que algo debe cambiar para que nada cambie. Y es que seguimos en las mismas tras el pequeño cambio: el saqueo ya no es tanto de dinero como del tiempo por el que cobran, alimentando el desencanto por un cielo que prometían y únicamente se dibujaba en nuestra imaginación porque, como dijo Campoamor y salta a la vista, tampoco con ellos es cielo ni es azul.

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