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Ramón Aguiló

Ensenyat contra el amor romántico

Después de su propuesta de cambiar el nombre del aeropuerto de Son Sant Joan por Aeropuerto Ramon Llull, el presidente del Consell se ha pronunciado contra el amor romántico a propósito de San Valentín

El presidente del Consell de Mallorca, una institución prescindible, se ha convertido en el líder mediático de Més y de la izquierda, superando a Armengol y al soso de Gabriel Barceló. Es titular de prensa encarnado. Ya con su propuesta de poner el nombre de Ramon Llull al aeropuerto de son sant Joan ha conseguido una nueva victoria: toda la oposición, temerosa de ser acusada de ningunear a Llull, sin criterio propio, se allana al populismo de Ensenyat. Los lugares generan algún tipo de genio que exige un topónimo. Cuando los hombres se avienen con el genio del lugar se establece una congruencia feliz. Es el caso, por ejemplo, de na Foradada, sa Cova de ses Bruixes, Miramar, Bellver, sa Dragonera. Cuando el lugar o la edificación acogen el nombre de un personaje, el genio exige si no la relación de causa-efecto, sí la congruencia sincrónica. Al Coliseo de Roma no se le puede llamar Coliseo de Giacomo Leopardi; a la torre Eiffel no se le puede llamar torre de Saint Simon; al edificio Agbar de Barcelona, nombrarlo edificio Guifré el Pilós; serían tensiones diacrónicas entre el significado histórico del edificio y el del topónimo. El genio exige congruencia al topónimo. Cambiar un topónimo, al capricho de la política, como es el caso del estadio de son Moix genera una tensión de identidad derivada de la imposición de una alteridad al genio del lugar. Sorprende que tales iniciativas surjan de quienes hacen de la identidad su definición política. Cambiar los topónimos es cambiar los jalones de nuestra geografía sentimental. Aeropuerto de Palma de Mallorca es una concesión al cosmopolitismo de destino turístico en época de saturación de visitantes. Para muchos sigue siendo son sant Joan. Darle el nombre de Ramon Llull no es honrar a un mallorquín universal; es un burdo intento político de subirse a su grupa, un hecho incongruente (nada tiene que ver un personaje descollante del siglo XIII con el tráfico aéreo del siglo XXI), el ansia desmedida de Ensenyat de dejar huella, esa lacra política, otra muestra más de provincianismo paleto, como el intento de beneficiarse del sufrimiento trágico de los refugiados (gastos pagados por nosotros) fotografiándose con uno de ellos en Quíos. Pura egolatría.

Pero Ensenyat no va a parar, su sed de ser prima donna es la de un vampiro por la sangre, insaciable; él es el tonel de las Danaides. Ahora se ha pronunciado contra el amor romántico a propósito de la celebración de san Valentín. Como el hombre, cuco él, no está muy seguro del terreno que pisa, ha dicho que lo hace para crear “cierta polémica y debate”, para que los ciudadanos “se hagan preguntas sobre los modelos de relaciones de pareja, si son sanos o no”, con el objetivo de promover las relaciones “igualitarias”. Vaya por delante que celebrar el día de los enamorados, como el de la madre o el del padre, me parece una estupidez, pero pienso que no hay más evidencia de lo prescindible y costoso que es el Consell que esas tontas invocaciones a hacernos preguntas y tener unas relaciones igualitarias. Entremos, pues, al trapo de l’agent provocateur.

La ideóloga del presidente de Més, la concejala Nina Parrón, de Podemos, feminista oficial, ha concretado el propósito de la iniciativa institucional: “desmitificar el amor romántico”, vinculado a un tipo de relaciones “descompensadas y peligrosas, tóxicas y ligadas al control, la dependencia y la posesión”. Dice que los datos (no aporta ninguna información sobre los mismos) afirman que el mito del amor romántico muchas veces está en la base de unas relaciones desiguales y tóxicas”.

El amor romántico ha existido siempre, otra cosa es que siempre haya sido la razón del matrimonio. Schopenhauer decía que hay dos tipos de uniones, las fundadas en el amor romántico o pasional y las basadas en las conveniencias. Decía que la especie se beneficiaba de las primeras generando individuos sanos y fuertes, dotados de gran carácter, fruto de la atracción de la naturaleza, pero que hacía desgraciados a los amantes debido a los vaivenes emocionales de una relación pasional. Por el contrario, las uniones de conveniencia eran desfavorables a la especie porque los hijos generados no recogían la fuerza de la atracción sexual, pero hacía felices a la pareja que no se veía sometida a los vaivenes emocionales de la pasión y podía gozar de la paz y armonía burguesas; los apuros de la pasión amorosa se satisfacían con el amante o la querida.

Yo no sé si Ensenyat y Parrón quieren hacer un canto a las uniones de conveniencia, pero al enumerar los supuestos desgarros del amor romántico parece que apuestan por aquellas. Tanto si es así como si no, lo que es evidente es que su discurso, pretende establecer un nuevo mito: el de que a partir de ese discurso supuestamente feminista es posible la generalización de un modelo de relación ¿amorosa? donde queden excluidas consecuencias negativas o tóxicas. Demuestran desconocer la naturaleza humana y, merced al nuevo mito, se proponen configurar desde la política los atributos de las relaciones de pareja. A tanto no se atrevieron ni las autoridades soviéticas. La principal causa de la violencia contra las mujeres no reside en el amor romántico, sino en los desesperados intentos de varones desquiciados y cobardes por mantener a las mujeres sometidas a su poder. No es por casualidad que el mayor porcentaje de agresiones contra las mujeres se dé en los países del norte de Europa, ya que en esos países, más cultos, existe un mayor grado de liberación e independencia personal de las mujeres.

Las relaciones de pareja pueden ser desiguales y tóxicas como diferentes son los humanos y tóxica puede ser la vida, hasta el punto de que morimos. La relación de pareja no es una unión política sino sentimental, y el cómo se configure no es asunto de los poderes públicos, más allá de asegurar las libertades individuales y la prevención de actos violentos. No existe un concepto unívoco del amor más que en los cerebros totalitarios. Existen tantas formas de experimentar el amor como individuos, cada uno de ellos único e irreemplazable. Y una película como Amor, de Michael Haneke, lo describe de una forma desgarradora. Lo inquietante y tenebroso del asunto es que se pretenda promover un tipo determinado de relaciones calificado como “bueno” frente a otro considerado como “malo”, cuando el respeto a la variabilidad humana es fundamento de la libertades; y presupone la posibilidad del conflicto en las relaciones, también las de las parejas, un conflicto humano más. Pretender vivir sin conflictos en una sociedad utópica, a cuya consecución cualquier sacrificio queda justificado, conduce directamente al sufrimiento, al dolor y al totalitarismo.

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