Las empresas tecnológicas norteamericanas se han rebelado contra Trump, con el pretexto de sus medidas antiinmigración (el 37% de los empleados de Silicon Valley son extranjeros).
En realidad, la crítica va más lejos porque existe una clara incompatibilidad entre las nuevas tecnologías de la información y la comunicación -las TICs-, a cuyos lomos se ha forjado la globalización, y la visión reduccionista de Trump, empeñado en alzar fronteras, en imponer aranceles, en regresar a la vieja autarquía improductiva.
Lo lógico sería que las tecnológicas y la sociedad civil dieran esta batalla juntas, puesto que la globalización es la modernidad y el futuro. Sin embargo, las redes sociales, que se han mostrado sospechosamente ambiguas con el pretexto de su neutralidad, no se merecen seguramente el aprecio de la mayoría democrática: Facebook, en concreto, fue el soporte por el que se canalizó la campaña de mentiras contra Hillary Clinton que sin duda ha influido en la victoria de Trump. Lo que hace impensable que pueda liderar ahora una verdadera revolución liberal.
