A los que hemos visto en tiempo real aunque no en vivo y en directo los combates de Casius Clay por el título mundial, nunca se nos olvidará su hipnótico baile alrededor del adversario, al que volvía loco con su poderío y su sentido del juego. Seguramente ya antes de esas grandes victorias sabía que era un hombre tocado por la gracia, y que cuando se tiene esa carta en la mano hay que jugarla. Estaba pues en el principal secreto de la vida: que si arriesgamos somos dueños de ella, dentro de las fuerzas de cada uno, y sólo la cobardía nos impide serlo. Cambió de nombre y de religión, objetó para no ir a Vietnam y fue condenado por ello, apoyó a presidentes tan dispares como Carter y Reagan, pontificó lo que quiso, a veces con brillantez, y, en suma, bien pudo haber dicho, con Maiakovski, "jamás me asaltará el bochornoso sentido común". Así fue como este rey reinó en nosotros.