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Eduardo Jordà

Monopoly

El otro día, durante una cena, un profesor latinoamericano de economía que enseña en EE UU nos explicó lo que hacía el primer día de clase. Se sacaba del bolsillo un bonito billete de color azul pizarra y se lo enseñaba a sus alumnos. El billete valía cien trillones de dólares, es decir, cien billones de dólares 100.000.000.000.000 según nuestra escala numérica, distinta de la anglosajona. Los alumnos creían que aquel billete era uno de esos billetes falsos que se usaban en alguna variante friqui del Monopoly. No, en absoluto: era un billete real, sólo que esos dólares eran de Zimbabwe. "¿Saben ustedes dónde está Zimbabwe?", preguntaba el profesor. Muchos alumnos le contestaban que no tenían ni idea, y entonces el profesor les recomendaba que no olvidasen aquel nombre.

Y es que aquel billete de cien trillones de dólares de Zimbabwe valía un huevo, sí, pero un huevo en sentido literal, es decir, un simple huevo de gallina. Porque eso era lo único que se podía comprar con cien billones de dólares en Zimbabwe durante los tiempos de la hiperinflación, entre los años 2008 y 2009, antes de que el país africano dejara de emitir moneda porque ya no tenía sentido emitir billetes que no servían para nada. De aquellos años quedan ahora las fotos de los funcionarios que acababan de cobrar y tenían que empujar carros de supermercado llenos de billetes que valían 20 millones de dólares cada uno. O de manifestantes que exhibían un cartel repleto de esos billetes con la leyenda irónica "Billonario muerto de hambre" (al menos, afortunados ellos, no habían perdido el humor).

Si hace una década un país potencialmente tan rico como Zimbabwe cayó en la hiperinflación, fue porque un presidente dogmático, autoritario y megalómano Robert Mugabe se empeñó en planificar la economía con directrices únicamente ideológicas. Subsidió productos de primera necesidad, reguló el mercado laboral hasta hacer prácticamente imposible el despido, requisó las tierras a los antiguos colonos blancos y se las entregó a unos nuevos propietarios negros que no tenían conocimientos de agricultura, y luego se empeñó en dirigirlo todo con mano de hierro. Mugabe, como es fácil de imaginar, no tenía ni idea de economía. El resultado fue aquel bonito billete de color pizarra que valía cien trillones de dólares. El fracaso fue tan incuestionable que hasta el obcecado Mugabe se dio cuenta de que sus ideas valían lo mismo que sus billetes de banco. En 2009 decretó la dolarización de la economía. El dólar de Zimbabwe dejó de existir. Y a partir de aquel momento sólo pudo usarse en su país el dólar americano. Sí, la moneda de los imperialistas que Mugabe tanto había odiado durante toda su vida.

Me pregunto si algún profesor de Economía hará en nuestro país lo que hace ese profesor latinoamericano en su primer día de clase. Puede que lo haga alguno, pero debe de ser un caso aislado con poco prestigio profesional y con fama de lunático o de fanático del neoliberalismo. Y lo digo porque muchas ideas económicas que se oyen estos días parecen tan caprichosas como las de Robert Mugabe en Zimbabwe, aunque las defienden profesores y expertos que se supone deberían tener unos conocimientos técnicos muy superiores. ¿Se puede aumentar el gasto público en 94 mil millones de euros, por ejemplo? ¿Y se pueden prometer todos los rescates ciudadanos que se prometen sin aumentar los niveles de impuestos hasta límites confiscatorios? Porque estas cosas se prometen, y mucha gente se las cree porque todos estamos dispuestos a creernos cualquier cosa cuando lo estamos pasando mal. Y eso que no olvido a los expertos económicos que hablan, en sentido contrario, de recortes y de austeridad y de racionalización del gasto, sin pensar que detrás de esos recortes hay gente que sufre y malvive y que pierde lo poco que tenía (o que tiene que trabajar diez horas al día por un salario de miseria).

Por desgracia, estamos metidos en una espiral diabólica. Por un lado, los que nos aseguran que todo debe seguir igual, con subempleos y con miles de personas viviendo en la miseria, si queremos vivir una cierta recuperación económica. Y por el otro, los que nos prometen subsidios y rescates a granel sin que nadie sepa de dónde va a salir el dinero. Y así vamos, como si todo fuera tan sencillo como jugar al Monopoly con billetes de un millón de euros, sólo que de la Unión Europea en vez de Zimbabwe.

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