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Los Goya cainitas

Salgo al paso del colosal revuelo organizado por la ceremonia de entrega de los Premios Goya, conducida por el actor Dani Rovira bajo la tutela, y con la intervención, del presidente de la Academia del Cine, Antonio Resines. Debo decir que quien firma es un espectador del montón, más amigo de los libros que de las películas, que sin embargo siente gran respeto por esta industria cultural y que aquella noche disfrutó razonablemente del espectáculo cabal que prodigaron los cómicos a la audiencia.

He visto después, con el estupor que merece el caso, las críticas acerbas vertidas sobre Rovira, tanto por sus intervenciones expresas como por su trabajo de presentador, y las descalificaciones que ha merecido Resines por unas opiniones en todo caso respetables y que, se compartan o no, no fueron en cualquier caso descabelladas. La reacción ha sido tan airada que Rovira se explayó con un tuit desolado: "Tras todas las críticas, desprecios, insultos, acusaciones y decepciones, he de decir que no me ha merecido la pena presentar @premiosgoya".

Este es un país cainita y envidioso, pero sus muchedumbres son mansas y bondadosas. Por ello, Rovira y Resines pueden y deben consolarse pensando que la ira de los más ruidosos en las redes sociales tiene el contrapunto del aplauso silente de millones de espectadores que vieron complacidos el despliegue. Son, en frase de Claudel, esa mayoría que, con expresión de vaguedad en la boca, espera la forma de la palabra.

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