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Legítima defensa

Año nuevo, vida nueva. Un refrán que pone de manifiesto un deseo en la conciencia colectiva de cambiar las cosas que no van bien. Cuando una piensa un tema para el primer artículo del año, intenta poner sobre la mesa buenos propósitos y mirar a los próximos meses con optimismo. En 2015 no pudo ser: empezamos el año con el atentado yihadista contra Charlie Hebdo, así que al final una opta por intentar defender los cimientos de las sociedades liberales y democráticas. 2016 ha empezado con denuncias masivas por robos y abusos sexuales en diferentes ciudades europeas por parte de grupos de hombres la inmensa mayoría musulmanes organizados. Hechos que ya han provocado destituciones y reabierto el debate sobre la acogida de refugiados en Europa. Así que una se ve, una vez más, compelida a repetir advertencias. Porque parece que algunas cosas todavía no están claras.

El alcalde de Bruselas decidió suspender las celebraciones de Nochevieja por riesgo de atentado. En Turquía hubo detenciones hoy, todos somos Estambul. Europa estaba en alerta ante quienes quieren destruir el modo de vida de Occidente. Pero, en lugar de ataques a gran escala, hemos sido testigos de pequeñas agresiones simultáneas. Y no por ello menos dañinas o importantes. Porque nos vuelven a demostrar que la integración de determinados colectivos en las sociedades abiertas es un fracaso. Que sigue habiendo guetos en que estas ofensivas pueden gestarse. Que en Europa vive gente para quien los códigos civiles y penales están por debajo de creencias religiosas.

Es difícil abordar el asunto de los refugiados sin hacer demagogia. El hambre se ha convertido en un arma de guerra en Siria, y cualquiera que no sea un psicópata siente empatía por los niños que no tienen leche o los que mueren en el Mediterráneo huyendo del infierno en la Tierra. Pero ser víctima no presupone convertirse en mejor persona. La mayoría de los maltratadores sufrieron esos mismos abusos en la infancia. Que una persona vea cómo matan a su familia no impide que vaya a matar a la familia de otros. Hace poco, visité el campo de concentración de Sachenhausen, a unos kilómetros de Berlín. La guía nos explicaba que, entre los propios judíos internos, los nazis elegían a los "capos". A cambio de controlar a los demás prisioneros, gozaban de unas mejores condiciones en los campos de concentración y, por tanto, de unas mayores probabilidades de supervivencia. Siendo honestos, ninguno de nosotros puede juzgar ese comportamiento porque nadie sabe lo que haría en esas circunstancias. Pero, probablemente, las mejores personas, con mayores principios morales, no sobrevivieron al exterminio.

La bondad y la maldad son dos caras de la misma moneda: el ser humano. Ninguna de ellas es exclusiva de una raza, una religión o una procedencia. También hubo alemanes durante el Tercer Reich que se jugaron la vida tratando de esconder y proteger a sus vecinos judíos. Siempre hay justos en Sodoma. Incluso la misma persona puede ser infinitamente bondadosa en unas circunstancias y una auténtica arpía en otras. Porque ni el hombre ni el mundo son unívocos, simples, reductibles al blanco o al negro. Así que convendría empezar a huir del maniqueísmo a la hora de abordar la relación entre las sociedades occidentales y sus guetos y la conveniencia o no de endurecer las condiciones de acogida a los refugiados.

En estas circunstancias, es muy fácil que la opinión pública confunda xenofobia y legítima defensa. De hecho, lo más probable es que muchos me llamen racista al defender que los refugiados que han participado en estas agresiones han de ser devueltos a sus países de origen. Es innegable que Europa, respondiendo a sus valores basados en la dignidad humana inalienable e igual en todos los hombres, ha de ofrecer una respuesta al drama. Pero no a cualquier precio. No si las víctimas de esa tragedia están, a su vez, dispuestas a dinamitar desde dentro los mismos valores que han llevado a las sociedades europeas a acogerlos. Una no tiene la respuesta ni la solución a cómo filtrar la entrada de los violentos de las miles de buenas personas que quieren llegar a Alemania, por ejemplo, en busca de un futuro para ellos y para sus familias. ¿Cuáles son las condiciones que deberían cumplir a priori? Es un debate que Europa tiene que empezar a afrontar. Lo que es evidente es que no podemos ceder en la defensa de nuestros principios. Una mujer, independientemente de su religión, procedencia, edad o vestimenta, tiene derecho aquí a pasar la noche de fin de año en la calle sin ser objeto de ningún tipo de agresión ¿dónde están las feministas?. Sobre eso no debería haber discusión posible. Son nuestras reglas. Las que nos hacen moralmente superiores a las sociedades que las obligan a llevar burka, porque aquí sí se respeta su dignidad y su libertad para elegir su modo de vida. Y quienes no estén dispuestos a entender esto y respetarlo, no deberían ser bienvenidos.

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