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Antonio Papell

El debate de la nueva política

El debate de anteanoche, dirigido con buen instinto periodístico por Vicente Vallés y Ana Pastor -ya era hora de que los políticos se ajustaran a los criterios profesionales en esta clase de eventos-, permitió vislumbrar plásticamente cuál será el panorama de la próxima legislatura, en que las cuatro formaciones que comparecieron a la llamada de Atresmedia tendrán un papel relevante, aunque los roles respectivos están todavía por determinar.

Lo más claro que transmitió la representación televisada fue que la nueva política es en realidad -y por fortuna- una prolongación natural y sin discontinuidades de la vieja política, excluidas las excrecencias que ha habido/hay que extirpar por razones de salubridad pública (autismo político, corrupción, etc.). En un cierto momento, cuando estábamos abrumados por la crisis y desolados por el impacto informativo de la corrupción, pareció en este país que el viejo sistema había fracasado y que se merecía por tanto una voladura integral para dar paso a otro modelo improvisado tras un nuevo y rupturista proceso constituyente. Pero ahora se ha visto que no es así: que los regímenes democráticos están ya en la cumbre del proceso civilizador y que no hay nada después de ellos. Modelos como el norteamericano o el británico no han cambiado desde el siglo XVIII más que en lo accesorio. La esencia del sistema, la consistencia de los grandes derechos y libertades, incluso el equilibrio entre poderes se mantienen intactos. Por lo que no tenía sentido desechar el gran pacto de convivencia de 1978, que, con sus deficiencias y accidentalidades, debidas seguramente a la singularidad de la situación en que fue consensuada y redactada la Carta Magna, mantiene los elementos clave de un régimen democrático con todas sus condiciones.

Por ello, el ímpetu con que irrumpió el movimiento del 15M, que dio lugar a Podemos, amainó pronto y lo que era fervor constituyente ha pasado a ser encomiable afán reformista, retorno a las esencias genuinas, avances en la extensión de los grandes derechos? todo ello fundado en el marco incuestionado del pacto común de convivencia, que aún permite encauzar magníficamente el pluralismo, como acaba de verse. Porque los cuatro debatientes -Sánchez, Iglesias, Rivera y Sáenz de Santamaría- se han movido en el espacio limitado que abarca desde la socialdemocracia moderna hasta la derecha templada y liberal. En el centro, en una palabra.

No estamos, pues, en puertas de una refundación, o de una reinvención de España, sino en el camino de reconstruir sobre la experiencia adquirida un buen modelo de convivencia que hubo que improvisar en 1978. Y prueba de ello es que el título VIII de la Constitución, que se refiere a la organización territorial, ni siquiera describe nuestro Estado de las Autonomías sino que define el procedimiento para edificarlo, partiendo de la realidad provincial y sin determinar siquiera cuántas comunidades autónomas se erigirían sobre la España falsamente unitaria de la dictadura.

La reforma constitucional que todos también se aproxima el PP poco a poco están planteando no consiste, pues, en partir de cero nuevamente sino en perfilar lo ya construido, en eliminar algunos anacronismos, en mejorar y concluir el pacto territorial, en establecer un orden federal que aclare el reparto de competencias y defina el sistema de financiación de los entes autonómicos y locales, que constitucionalice un sistema de representación transparente y limpio, etc.

En definitiva, la democracia no envejece: lo hacen, si acaso, sus gestores y sus ropajes y abalorios. Por ello, la "nueva política" no deber ser más que la actualización de la "vieja política", que ha de despojarse de sus harapos inservibles y adaptarse a la evolución de a globalidad.

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